Diario de una mujer despeinada (II) Por Anita Noire

terraza

«Algunas personas son amables sólo porque no se atreven a ser de otra forma».

Me despertó el zumbido del televisor y un fuerte dolor en las cervicales. Me había quedado dormida y la ventana seguía abierta. Normal, pensé, la había abierto yo cuando salió por la puerta. ¿Quién iba a cerrarla? En casa no quedaba nadie, y nadie soy yo. El aire de tormenta se coló durante horas y si dejando aquello abierto, de par en par, lo que pretendía era que aquella ligera brisa que mecía la cortina cuando cerró la puerta se llevara cualquier brizna de su presencia en casa, no lo había conseguido Algunas presencias son tan sutiles que se cuelan por todas partes y se convierten en parte del paisaje sin que, a primera vista, puedas siquiera verlas, pero ahí están, para que no olvides quienes son.

El aire de tormenta nunca se lleva nada y sólo me dejó el cuerpo desabrido y un humor de perros. Quise encender la calefacción aunque estuviéramos en julio, en Madrid. Lo que no mata el frío, lo pudre el calor y, pensándolo bien, la factura del gas llegaría a su cuenta corriente. Puse la caldera al máximo, me serví una copa y me tumbé en el suelo de la terraza para poder ver las estrellas. Mientras, en el salón, un par de tortugas nadaban en círculos en una pecera que, por primera vez, se convertía en un jacuzzi.

Anita Noire

Diario de una mujer despeinada (I)
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Un comentario:

  1. Elena Marqués

    Seguimos con la prosa directa y los toques irónicos, que me encantan…

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