Al
árbol
de mi
infancia que
siempre tenía
hojas y frutos y
capullos al mismo
tiempo que crecía
alto y me abrazaba con
sus anchas ramas bajas
entregándome sus raÍces como
escondite cuya savia llevaba pegada
a mi pelo cuyas hojas caídas me traían el
olor del otoño que en invierno se presentaba
como dibujo de plumilla y en verano pedía el pincel
y la alegre caja de acuarelas
al que
desde
lejos yo
busco en
pinturas y
fotografías
para que las oscuras aves de mi memoria me acompañen.
Dorotea Fulde Benke