Jamás pensé que yo escribiría un diario. Como jamás pensé que te irías. Pero lo cierto es que te marchaste. La verdad es que te fuiste y yo me quedé con cara de tonto, en mitad de la Estación del Norte. La verdad es que, desde entonces, estoy garabateando este maldito diario. Lo escribo cada amanecer y cada anochecer, lo escribo con las manos llenas de recuerdos, lo escribo con los ojos llenos de sorpresa. Hace ya cuatro años que me pierdo entre sus vocales, entre sus verbos y lo cierto es que el final siempre es el mismo. El final es que te vas y me dejas con cara de tonto en la Estación del Norte.
Dudaste de mis palabras, creíste que eran falsas. Me dijiste que yo sólo te ofrecía un abecedario de palabras bellas, de frases bonitas, que necesitabas más, un piso, una familia, algo denso con lo que poder untar las rebanadas de la vida. Pero yo sólo lancé palabras bajo tus pies, una alfombra de metáforas para que no pisaras las miserias de las calles de Valencia. Te ofrecí lo más puro que tenía, lo más preciado que se escondía tras mis costillas. Palabras. Pero tú que sabías.
Te amé cómo nunca podré volver a hacerlo, te amé con todo el diccionario que tenía en mi mesita de noche. Te amé cómo nunca te amará nadie. Tracé adjetivos sobre tu pecho con las aes, adorné las pes con los rizos de tu pubis, besé tus parpados con las mayúsculas y te hice el amor con la equis de éxtasis. Sí, te amé, pero tú no supiste leerme o yo no supe escribirte.
Es difícil amar cuando las palabras huelen a barrio obrero, a pan descongelado, a piso con humedad. Así es cómo olía el Puerto de Valencia. Así es cómo olía la prisa, la rutina, la incertidumbre de no poder llegar a fin de mes. Así es como olía el silencio que nos fue distanciando. Un olor dulzón que va enterrando la nariz en un mar de interrogaciones y salitre, que va sepultando los sueños en un charco de orines y dudas. Sí, en Valencia las palabras no olían a azahar cómo pensábamos.
Prefiero recordar cuando las palabras olían a jazmín, cuando era fácil amar. Prefiero recordar Sevilla, la Calle Betis, el fino que bebí de tu boca, la vida que escancié chupando tus dedos. Prefiero recordar el chisporroteo de tus ojos, mientras mordisqueabas los dulces de La Campana. Tus ojos rebosantes de ilusión, cómo aquellos pasteles de nata, cómo aquellos días de versos. Sí, en Sevilla no dudaste de mis besos.
Pero aquellos montones de merengue ya están muy lejos. Lo único que me queda es esta maldita página de mi diario. Esta página eterna en la que el final siempre es el mismo. Te escribo todas las noches de vacío, te leo cada madrugada de desconsuelo, e intento cambiar cada coma, cada frase para no quedarme con cara de tonto en mitad de tu adiós. Con esa cara de capullo que te deja la vida, cuando te arrea una patada en los huevos.
¡No me dejes! Te grito una y otra vez. ¡No te vayas! Chillo hasta hacer que toda la estación se calle ante mi dolor, hasta lograr que todos los trenes se detengan. Pero lo cierto es que entonces no grité. Mis lágrimas eran un océano de silencio, un mar que ahogaba mis zapatos y mis sueños. Y tenía que haber gritado, hasta romper las cúpulas de la Estación del Norte; pero no lo hice, tú me dijiste que no te lo pusiera más difícil. Y tan sólo grité silencio.
Jamás pensé que pudieran robarme las palabras, pero tú lo hiciste, te las llevaste todas de golpe. Jamás imaginé que pudiera existir un mundo sin palabras pero tú me mostraste que sí. Un andén desierto de palabras. Un andén preñado de dolor, no de un dolor dulce cómo cantan los poetas románticos, si no del dolor de un navajazo en las tripas, de un retortijón que te quema las entrañas y te parte el espinazo.
Jamás pensé que pudieran robarme las palabras, cómo jamás pensé que pudiera besarte, en otro lugar que no fuesen tus labios. Sin embargo ese día te besé en la frente, sabiendo que jamás volvería a verte. Sin embargo ese día te besé en la frente, sabiendo que siempre estarías presente en este maldito diario.
Damian Marín
Sé que este diario no está escrito para mí, pero yo también me quedo con cara de tonta pensando en aquélla chica que no supo lo que se estaba perdiendo. Un camino sembrado de palabras. Igual que cuando en el Corpus se sembraba de juncia y romero las calles para que desfilaran los misterios.
Te agradezco que enviaras esto y te felicito por haberlo escrito.
Pienso que mi primer comentario se ha perdidio en las hondas, por el aire de estos mundos. Pero quizás mañana aparezcan los dos, así que no digo nada porque posiblemente me vea repetida diciendo lo mismo. Ya sabes lo que pienso de la forma en que escribes, aunque no es en un diario donde mejor te expresas.
Un beso
HOLA!!!
SOLO QUIERO DECIR QUE EL ESCRITO ES INTERTESANTE PERO YO TENGO UNA PREGUNTA QIEN ES DAMIAN MARIN.
AGRADECERIA QUE PUDIERA OBTENER MAS INFORMACION SOBRE ELLOS
POR QUE YO ME APELLIDO DE LA MISMA MANERA.
GRACIAS!!!!!!
Ya dirás qué quieres saber. El apellido Marín es muy común.
Un saludo.