Sostiene la gente que la cara es el espejo del alma y lo piensa independientemente de su creencia más o menos religiosa. Para los creyentes, el alma es un soplo divino ajeno a todo tipo de analítica, sin triglicéridos ni índice de azúcar, pero convencidos de que el rostro tiene un trazo terrenal, como más de ir por casa.
De tal manera, que si atendemos sólo en sus facciones y tras una somera reflexión en función de sus rasgos más caricaturescos, podemos intuir algún detalle acerca de las personas que en cualquier lugar concurrido nos llama la atención.
Podemos encontrarnos con una persona de frente amplia, limpia, despejada, que si muestra ojos abiertos, alegres, sobre unos labios sueltos, nos dará la impresión de que nos encontramos ante una persona franca; salvo que si muestra una boca cerrada y prieta, de labios que se muerden, la duda nos llevará a la reserva de su verdadera intención. Sin embargo, si es de frente estrecha, con escalones que se diluyen en las sienes, sostenida por unas cejas pobladas y ojos que parpadean sobre una nariz pequeña y con un rostro ligeramente inclinado hacia abajo, nos dará la certeza de que está inmersa en el enfado, por lo que averiguar sus intenciones podría producirnos un ligero quebranto.
Igual vemos a quien presenta una cara redonda, con orejas cuyos pabellones extendidos captan hasta el más ligero soplido, de cabeza alzada, suave hacia atrás, de frente despejada y con ligera dificultad para saber dónde termina su brillo, dado que en su coquetería eleva sus cabellos desde uno de los lados, untados de gomina, y los lleva hacia el opuesto, logrando de tal manera cubrir su discreción; lo que nos hablará de ciertos complejos más o menos enrevesados.
El hallazgo de una cara alargada, de mentón hacia delante, con nariz chata, como hundida, con ojos pequeños y párpados caídos, ligeramente inclinada, como buscando donde apoyarse y labios mordidos, encuentra su explicación de estar ante una persona circunspecta, aburrida e insustancial.
Pero más excitante nos resultará observar el rostro de un joven embelesado con ojos refulgentes, con reflejos románticos y de cabellos rubios, abundantes, con rizos sobre una frente circunfleja y con una bufanda roja a modo de estola, dirigiendo entre susurros su mirada a una Julieta de ojos semiabiertos, soñadores, de labios carnosos, con amagos de sonrisas, y con coletas de azabache surgidas de un gorro calado del color de la esperanza, unidos ambos por sus manos sobre el mármol donde quedan olvidadas dos tazas de café. ¿Qué podrá entonces de ellos sorprendernos? Nada.
Sí, por supuesto, el encuentro de la de faz aletargada, pequeña y de blancos cabellos, de frente blanca y piel envejecida, arrugada, con sus labios secos de honrosa ancianidad pincelada en su ovalo enjuto, solitaria, al abrigo del calor que desprende una taza de chocolate en cuyo vaho anidan recuerdos que por segundos le hacen sonreír.
Y pese a la riqueza de datos que dan su espejos, todo resulta complicado ante la diversidad de matices que se diluyen entre la atmósfera densa donde coincidimos.
No obstante, todo resultaría mucho más difícil si todos los presentes fueran chinos y todos iguales, por lo que ante la imposibilidad del juego, al menos en mi caso, mi cara quedaría entonces aburrida, llena de hastío y agacharía mi cabeza tocando el pecho para quedar inmerso en un profundo sueño, ciertamente regenerador.
Julio Cob Tortajada
Colaborador de esta Web en la sección «Mi Bloc de notas»
https://elblocdejota.blogspot.com
Valencia en Blanco y Negro- Blog
Yo soy mi propio espejo…
Me gusta, Don Julio…
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