El la recta final del año pasado, quién sabe si como consecuencia de mi depresión postvacacional, o tal vez no, caí víctima de Amélie Nothomb, una escritora belga o japonesa -o las dos cosas o ninguna- que se apoderó de mi cotidianidad con un método muy refinado de secuestro exprés.
Desde que el primero de sus libros cayó en mis manos –Diario de Golondrina– me convertí en una marioneta a su merced. Eso fue en septiembre y, hasta hoy que escribo esto para hacer pública mi delicada situación anímica por ese extraño suceso, sigo pagando rescate y pidiendo auxilio para salir indemne de entre sus enrevesadas y alocadas historias.
La dependienta de la librería que frecuento me mira raro, como si fuera consciente de la relación enfermiza que me mantiene unido a esta escritora, o como si ya antes hubiera detectado, en otros clientes, esta misma obsesión. Quince libros seguidos, alguno de ellos comprados al día siguiente de haber comprado el anterior, provoca en ella, cuando me ve, unas extrañas miradas cargadas de repulsión.
Como decía, tras ese libro iniciático vinieron todos los demás títulos publicados en España, en una especie de vendaval despiadado de lecturas: Ácido sulfúrico, Ordeno y mando, Estupor y temblores, Metafísica de los tubos, Matar al padre, El sabotaje amoroso, Una forma de vida, Biografía del hambre, Ni de Eva ni de Adán, Higiene del asesino, Antichrista, etc., etc.; casi todos publicados en Editorial Anagrama y algunos en Circe Ediciones.
Su obra, en gran medida autobiografía, relata escenas exquisitas a través de los ojos de una niña que disecciona la realidad como pocos autores saben hacer. Por otra parte, Amélie Nothomb, cuando deja a un lado su autobiografía, crea personajes radicales, que en ocasiones rozan lo grotesco, y los hace transitar por situaciones con una gran carga psicológica, haciendo alarde, en todo momento, de una exquisita sutileza narrativa.
Hija de un diplomático belga, pasó su infancia y su adolescencia en países tan desconocidos, e interesantes para los occidentales, como China, Japón y Bangladesh. En su obra, por consiguiente, se confrontan continuamente Oriente y Occidente, la infancia y la madurez, la inocencia y la malicia, en una especie de búsqueda continua de su propia identidad.
Recientemente, a través de mis incontrolables búsquedas por Internet, he descubierto dos títulos más, que no tenía localizados, y he tenido noticias referentes a una nueva obra que está a punto de publicarse en España que lleva como título Barba Azul.
¿Sabe alguno de ustedes cómo puedo liberarme de este extraño secuestro? ¿Cuando haya leído toda su obra en castellano, sufriré algo parecido al Síndrome de Estocolmo?
José Fernández Belmonte
La cuestión es si realmente quieres liberarte del secuestro, y me da la impresión de que la respuesta es no.
Disfruta mientras puedas, que igual le da a Amélie por retirarse y entonces sí que se te vendrán encima todos los síndromes.
Lo importante es el disfrute de lo que has leído y no pensar si está o no secuestrado. Creo que está feliz y seguirá por mucho tiempo en ese secuestro literario.
Gracias Elena y Cecilia por vuestros comentarios, sin duda alguna, este secuestro mio es muy gratificante.