El placer de educar. Por Marisol Oviaño

el placer de educar. Foto David Luna

El placer de educar

Anoche mi hijo despotricaba contra la vida rechinando los dientes. 2013 está siendo un año muy difícil para él y, cansado de recibir malas noticias y de que nada le salga bien, se ha instalado en un derrotismo peligroso: se ha convencido de que somos víctimas aleatorias del destino y de que, por tanto, la única opción es ponerse siempre en lo peor y acurrucarse a esperar el próximo golpe.

– Tienes que cambiar de actitud.
– La actitud no tiene nada que ver, mamá. Da igual la actitud que tengas, lo que tenga que pasar, pasará igual.
– Te equivocas, la actitud influye mucho.
– Entonces ¿por qué a ti te pasan cosas malas? ¿Por qué si tú tienes buena actitud te pasa lo de Eude?
– Porque así es la vida. Tu hermana nació con un grave problema de salud, y ya sabíamos que tarde o temprano tendría que volver a pasar por el quirófano. Que vayan a intervenirla ahora no es una mala noticia, sino todo lo contrario. Es una buena noticia que acojona, sí, pero es algo positivo: si le cierran el aneurisma eliminarán gran parte del riesgo.
– Ya, pero ¿por qué pasa justo ahora? ¿Por qué tiene que coincidir con esta racha de mala suerte?
– ¿De verdad sigues pensando que todo lo que te ha pasado este año ha sido por culpa de la mala suerte?
– ¿Tú qué crees? He tenido un accidente, a lo mejor no me dan la beca, no me llaman de ningún trabajo y ni siquiera trabajo todos los sábados en el catering…
– Pero la mala suerte no tiene nada que ver con eso.
– ¿Cómo que no?
– Dios reparte las cartas, pero eres tú el que juegas la partida. El accidente no fue cuestión de mala suerte, fue consecuencia de que tú tomaras una mala decisión: conducir borracho. Mala suerte habría sido que os hubieras matado alguno, pero tuvisteis muchísima suerte y salisteis todos ilesos.
– Ya, pero ahora tengo el juicio y la multa y…
– Claro, porque todo lo que hacemos tiene consecuencias. Si no tuvieras que pagar nada por tu error, no habrías aprendido nada de él. Y yo creo que algo te ha enseñado todo esto ¿no?
– Claro que me ha enseñado. Me ha enseñado que no voy a volver a conducir borracho en mi vida.
– Pues a otros le cuesta mucho más aprenderlo: se quedan parapléjicos o se matan. Tú has tenido muchísima suerte: sólo tendrás que pagar una multa y estar unos meses sin carnet.

 

Se quedó rumiando en silencio y supe que había alcanzado mi objetivo, era el momento de seguir atacando.

– Y respecto a la beca, ¿quién tomó la decisión de no aparecer por clase de Econometría en todo el curso? ¿La mala suerte o tú?
– Yo –admitió a regañadientes-. Desde luego no voy a volver a faltar todo el curso a ninguna asignatura.
– ¿Ves? Otra cosa que has aprendido.
– Ya. Pero yo no tengo la culpa de que no me llamen de ningún trabajo –se apresuró a añadir.
– Digamos que tampoco estás haciendo todo lo que puedes: te asomas un ratito al día por Infojobs y ya. Te dije hace meses que llamaras a todos nuestros conocidos, que repartieras tu currículum por el centro comercial y por todos los bares del pueblo ¿lo has hecho? No. Porque has adoptado una actitud derrotista y piensas que ya no te va a salir ningún trabajo y que para qué molestarte, si nadie te va a llamar. Por eso es tan importante que cambies de actitud.

Esta mañana cuando me levanté él ya estaba despierto, sentado en la terraza, pensando. Casi podía oír los engranajes de su cerebro luchando contra el inmovilismo en el que ha estado inmerso estos últimos meses, madurando.

A eso de la una me ha llamado a la trinchera proscrita.

– Oye, que trabajo este sábado. He llamado al catering para ver por qué no me han llamado las últimas semanas y me han dicho que no me preocupe, que trabajaré todos los sábados de este mes. Y he ido al Casino y al centro comercial y he dejado el currículum en un montón de sitios.

Marisol Oviaño

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Fotografia de David Luna

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