El riesgo de balancearse del brazo de otro, de la mano de alguien, siempre es el mismo, que en un momento dado, mientras el impulso te tiene con la respiración contenida y a medio vuelo, dejes de ser parte del entrelazado que con aquel formaste, te suelte y acabes estrellándote contra una pared, un muro tan duro que lo que quede de tí sea una simple caricatura de aquello que inicialmente fuiste, y ya nada vuelva a ser lo mismo. Y uno debería tener capacidad para prever estas cosas, pero no la tenemos. Hoy los lamentos son más tontos que nunca, a fin de cuentas nada se ha perdido o quizás sí. Ya no lo sé.
Lo único que sé, es que todo tiene un precio, incluso las locuras.
Anita Noire