Siempre sentí la irremediable necesidad, desde niña, de ir contra corriente, como ese pececillo que acaba en agua dulce sin saber muy bien por qué tuvo que quedar tan lejos su inmenso hogar turquesa de algas y sal… Nunca tuve afinidad con ‘Vicente’, ese señor que siempre está en el mogollón y jamás abandona su carril, derechito y seguro; y lo siento de verdad porque intuyo que Vicente es un tipo simpático y dicharachero versus una ‘rara avis’ como yo… Cuando la mayoría de mortales abandona el asfalto para dejarse abrazar por las tórridas alfombras playeras, una servidora vuelve a la ciudad con la ansiedad del toxicómano que se ha quedado sin su dosis. He regresado con las indelebles huellas del salitre marino en mi ánimo, el auténtico, no el playero de temporada; aunque se parezcan, como los hermanos que nacen del mismo vientre, no son iguales… El verdadero crea una adicción difícil de olvidar, en cualquier estación del año.
Hace unos meses, alguien que lleva el mar en su piel me dijo que el salitre enganchaba, que era como una droga… Cuando te alejas de él, al poco tiempo, te visita una especie de síndrome de abstinencia, tus mucosas pierden humedad, tu piel se aja y tu ánimo hace aguas, como el inexorable naufragio de un barquito que, sin previo aviso, pierde el rumbo. Yo le miré y sonreí; oteé el horizonte marino buscando respuestas para algo que, hace tiempo, ya sospechaba. Esta persona se refería a todas aquellas otras que lo llevamos pegado en nuestra alma desde siempre, aunque vivamos (sobrevivamos) en medio del más tedioso asfalto o cerca de la más empinada montaña. Nuestro primer llanto ya exhaló millones de gotitas salobres que, al evaporarse, se estrellaron contra un aséptico cristal en un intento fallido por escapar. Y un buen día, nos reencontramos con él, y esos puntitos microscópicos de sal que penden de los abrazos del mar, corren, como el deseo de los amantes, a colarse en nuestros pulmones, a invadir nuestra piel y a llevar júbilo a cada uno de los rincones de nuestra alma; es como si una mano invisible nos retirara las flores secas y llenara de nuevo nuestros jarrones con su perfume, color y prestancia. Entonces comprendes la nostalgia y te preguntas cómo has podido estar tanto tiempo sin respirarlo…
El salitre adictivo, esas partículas marinas tan codiciadas, no está en las hamacas playeras, el bronceador o los refrescos; no se encuentra en los gritos que llaman a ‘Carlos Manuel’ sin descanso o en el adormecimiento reptiliano de tumbarse al sol sin más leit motiv que oscurecer la piel para titilar sobre el pálido fondo estival… El salitre, como un amante culpable, sale de puntillas al atardecer y se encarama en los primeros efluvios de la tímida brisa costera; huye de los bocadillos, las pipas y las francachelas en general, de todo viso de algarabía humana… A veces hace sus pinitos y, travieso, se enreda en el pelo de algún lector que parece atento, pero desiste de unos ojos que, impacientes, recorren el papel sin parar, ajenos a la eternidad del horizonte… El salitre se pega al insociable, al solitario que visita la playa cuando el fondo del escenario se tiñe de cárdeno y ámbar, se encarama en su alma y le deja una estela de soledad húmeda y salada, un efímero placer que ya no podrá despegarse u olvidar jamás.
Un químico diría que el salitre es nitrato de sodio, ahí es nada; quizás para un marino sean minúsculas lágrimas de agua preñadas de sal que, al evaporarse, la liberan de su cautiverio para enredarse en la brisa e inventar melodías en las galernas; para un poeta, el salitre, son los fluidos del mar, esos que, en la lejanía, recordamos con pesar y necesidad, como la adicción de los amantes a la humedad de sus cuerpos… Y yo, una humilde servidora que pretende describirlo o, sencillamente, hablar de él -nada menos-, solo se que ya no puedo vivir sin él y mi mayor ilusión habita en ese dulce lugar de los recuerdos y deseos que claman por el próximo encuentro con ese bendito y sanador salitre.
Mar Solana
Blog de la autora
Bueno amiga, no te preocupes, yo comprendo que los que vivís en el interior siempre sentís la añoranza en cuerpo y alma del salitre del mar . Pronto notarás de nuevo la medicina en tu respiración como un bálsamo sanador…
Una excelente narración Mar ¡te felicito! Juan Antonio.
¿Artículo de opinión ¿Poesía? ¿Declaración íntima? Una inteligente aleación con feliz resultado. De esas cosas que a uno le gustaría aprender a expresar así.
Escribe más porque te echamos de menos.
Hola, Juan y Atticus:
Sois muy amables; esta vez mi pluma solo se ha dejado guiar por mis más hondos sentimientos, ¿seré una loba de mar? 😉
Sí, Juan, querido amigo, los que vivimos respirando brea jamás podremos olvidar el beso del salitre… Tienes razón, Atticus, debo escribir mucho más; un día de estos me encierro con el mac y que se olvide el mundo de mi 😉
Besos para los dos…