El yo es la imagen que el sujeto tiene de sí mismo.
El yo es una construcción subjetiva imaginaria y, como tal, no se basa en ninguna esencia o sustancia real que podamos identificar como tal.
El yo, al ser una construcción mental imaginaria, exige una atención y una energía constante para constituirse y mantenerse.
El yo es, por su propia naturaleza, una entidad mental frágil, sometida constantemente a prueba en la medida en que la imagen del sujeto no es una realidad fija, sólida, consistente, sino cambiante.
El sujeto construye su yo tanto a partir de sus propias experiencias como de las experiencias de los otros. La imagen que el sujeto se hace de sí mismo depende en gran parte de la imagen que los otros se hacen de él mismo. Construimos nuestra propia imagen a partir de la imagen que los otros se hacen de nosotros mismos.
El yo es necesario para nuestra seguridad psíquica y mental. No podemos prescindir de él.
El yo es la primera persona verbal sin la cual no es posible construir el lenguaje. El yo nos identifica lingüística y socialmente, nos diferencia de los otros y nos permite comunicarnos con ellos.
¿Por qué digo, sin embargo, que el yo es lo que menos importa?
Porque el yo no es la totalidad de uno mismo.
Cuando el yo absorbe toda nuestra energía, cuando de ser un instrumento útil se convierte en dueño y señor de todo lo que somos, cuando deja de ser un sirviente y se convierte en amo, cuando deja de ser consejero y se convierte en dictador, cuando nos hace sus esclavos, cuando todo cuanto hacemos y pensamos y sentimos está en función del yo, de la imagen de uno mismo, de la preocupación por uno mismo y por la imagen que los demás se hacen de uno mismo…, entonces perdemos toda libertad para ser la totalidad de los que somos.
Somos mucho más que un yo.
Somos un cuerpo que siente.
Somos una conciencia que se da cuenta.
Somos una mente que conoce.
Somos seres que perciben.
Somos seres que aman.
Somos seres que crean.
Somos seres que ríen, gozan, disfrutan…
Cuando el yo se convierte en lo más importante, todo lo demás deja de ser importante.
(Fotos: Fernando Redondo)
Santiago Tracón