Quien acude a nuestro catálogo virtual nos elige a través de fotografías tomadas desde todos los ángulos de nuestros cuerpos vestidos, desvestidos y desnudos. Los clientes -que en su mayoría pertenecen al género masculino- se suelen decidir por una mirada, el color del pelo, muslos sin posibilidad de adquirir celulitis y, en general, por la descripción de un servicio sin contraprestación una vez abonado el importe inicial.
Me recogió en el centro de distribución de «emparejando.com» situado en el aeropuerto más cercano a su ciudad, salimos con dos trolleys de cabina caminando y mirándonos de lado como cualquier pareja en una cita ciega…
En su entorno nadie nunca supo nada. Me refiero a los humanos porque entre los androides por supuesto que nos reconocemos a la legua, nos comunicamos y tenemos nuestros chats que circulan por otras frecuencias. Sin embargo hay un código de discreción que nos impide intercambiar información demasiado personal. Es lógico que no nos sea fácil hacer amistad como lo entienden los humanos con su gran necesidad de contar y escuchar intimidades.
Precisamente por esa actitud discreta y reservada, fui la última en saber que él había adquirido otro modelo. Una tarde me llevó al centro de reprogramación donde nos convierten en maniquíes de escaparate. Tardé en ser comercializada de nuevo porque debido a un defecto de fabricación, su traición dejó un gran vacío en mi pecho. Y es que el programa de mi serie todavía no tenía códigos para el engaño, el desprecio ni la crueldad.
Dorotea Fulde Benke
Blog de la autora