Ángel Haro de nuevo. Este hombre crece sin parar dentro de mi mundo. Siempre fui de adoptar referentes. De interiorizar pasiones. De asirme a las asas que se me ofrecen sin contemplaciones. De no renunciar, por nada del mundo, a lo verdaderamente auténtico. Y en ese trasiego que es mi vida, Ángel Haro, de vez en cuando, se cruza en mi camino para aportarme, con un discurso tan auténtico como sutil, todo su universo cultural e ideológico.
De La Tregua, en Tabacalera en Madrid, hasta la Sala de Verónicas en Murcia, la Estrella del Norte sigue su rumbo hacia nuestras conciencias, hacia nuestro yo interior, que es lo más desconocido que nos queda por conocer. Nunca un viaje tan corto me había aportado tanto.
Tras dejar la compra semanal en casa, que todos los sábados hago en el mercado, regresé para hacer partícipe a mi esposa de la exposición. Más que para hacerla partícipe, lo adecuado sería decir para integrarla en su paisaje por unos instantes, en una especie de fusión obra-espectador tan difícil de lograr como, en ocasiones, complicada de entender.
En silencio, el tren dio varias vueltas ante nuestra expectante mirada. La música acarició nuestro subconsciente para facilitar la tarea de integración entre las partes. El escenario le viene que ni pintado. La luz de la locomotora proyectó paisajes misteriosos sobre nosotros. Y entonces fue cuando apareció nuestra sombra dentro de la obra. Y entonces fue cuando nuestras miradas se encontraron y nos fundimos en un beso de película. En un beso de reencuentro en el andén de una estación llamada nostalgia. Ya estábamos dentro. La obra nos había integrado, nos había asumido, nos había aceptado.
Estrella del Norte es un viaje introspectivo. Una metáfora. Un verso suelto. Sencillamente, arte.
José Fernández Belmonte
A través del arte y la creación misma, el hombre logra expresar sus sombras más interiores. La luz cuando alcanza cualquier oscuridad es, un beso entre lo desconocemos y lo que somos. Una mágica estación para un reencuentro.
Inspirador totalmente. Un abrazo.