Hoy no voy a ser de la partida
Hermanito:
A ver cómo te explico esto. Hoy les fallo. Sí, a vos y a los muchachos, hoy les fallo, hoy no voy a ser de la partida. No sé, arréglense sin mí, ármense un truco gallo, de esos que se juegan de a tres, porque yo hoy no puedo.
Me imagino que te sorprende que te escriba para decírtelo, pero tenía que hacerlo así, con una carta de amor. Pará, no me putees, que no es joda, ni pienses tampoco que a esta altura de la soirée me cambié de bando. A vos te quiero de hombre a hombre, para el Gancia de la seis, ¿viste?, o para la baraja en el barcito donde todavía nos dejan fumar, o para la discusión boluda de si fue penal o no. Pero esto es distinto. ¿Podrás creerme, vos que me conocés de cuando éramos así de chiquititos, podrás dar fe de que esto es otra cosa?
¿Cómo te lo digo? Justo yo que para estos asuntos soy medio bobo, y las palabras se me hacen una especie de nudo marinero y digo cualquier pavada. Mejor así entonces, de sopetón, sin soda: ¡me enamoré! No seas hijo de puta, no te rías, te digo que es en serio, que esta vez el flechazo no fue en la bragueta sino en el pecho. O reíte si querés…, cagate de risa, agarrá un marcador imaginario y pintale los bigotes a este sentimiento tan boludo que me hace parecer boludo a mí. Amor le dicen, ¿no?; hasta me da no sé qué pronunciarlo…
¡No pienso darte detalles, ni se te ocurra! Bastante me hacen sufrir esos ojitos verdes, esa mirada de tarde por llover que tiene esta fulana, como para que yo esté dándote pormenores del asunto. Además, para estas cuestiones me vuelvo más idiota que de costumbre, y hasta soy capaz de poner primero el agua caliente en la taza y después el Nescafé, y ni te cuento el laburo que da para que se disuelva.
Pero bueno…, tenía que decírtelo, con alguien se debe quebrar el secreto para que tenga más valor todavía. Es como cuando comprás un vino de buena etiqueta y con cada gotita que se derrama te acordás más del precio.
Aparte, de alguna manera tenía que justificar mi ausencia a esa liturgia sacrosanta de años, a ese pacto de amistad rubricado por cuarenta cartones con espadas, con oros, con copas, con bastos…, que a fin de cuentas son una excusa para vernos envejecer echándole la culpa al azar.
Debía decírtelo, sí, tenía que contártelo para que esta noche se rían de mí o me odien un poco, para que no piensen lo que no es, ni tengan necesidad de andar adivinando. Para que sepan, a fin de cuentas, que son esos ojos verdes, sí, esos ojos verdes que ni vos ni nadie han visto como yo los veo, los encantadores culpables por los cuales… hoy no voy a ser de la partida.
Marcelo Galliano
Argentina