Humo de «Chocolate»
Uno de mis hijos adosados, Fabio, el napolitano, sembró una tahúlla con hermosas plantas, entre las tomateras de la Huerta. Quedé deslumbrada ante la belleza de aquellas exóticas hojas verdes, que desprendían un aroma embriagador.
–Hummm… ¿Vareidad ilatiana de totemas…, tomateees? –pregunté ingenua, con la lengua convertida en un músculo rebelde; extraña cuestión que lejos de enfadarme me hizo sonreír y sentir como deshuesada.
–Questo è Pomodoro Napoli; pomodoro meraviglioso, meraviglioso… hummm.
–Maravillosoooo… –afirmé, apoyando mi relajado cuerpo en el bueno de Fabio. (No recuerdo niente, niente di più).
Llevaba meses preparando a los míos «seres a su aire» pululando por la Huerta, para transitar, juntos, el Camino de Santiago. Lo conseguí.
Aquel domingo 25 de julio se celebraba Año Jubilar Compostelano, motivo por el cual, el día del Apóstol Santiago, nos concentramos más de dos mil peregrinos en una solemne ceremonia concelebrada por un ejército de sacerdotes, obispos y cardenales, en presencia de las máximas autoridades del Estado, engalanadas con sus correspondientes looks: los militares cubiertos de estrellas y brillantes adornos envueltos en espumillones o bandas multicolores que, debido a mi agotamiento, o a respirar el humo solidario del «Camino» compartido con Fabio, me parecieron árboles de Navidad. Nunca supe cómo logró hacerlo «El Napolitano»: consiguió sustituir el incienso por «chocolate» en cantidades masivas. Cuando el majestuoso Botafumeiro comenzó a volar por la cúpula de la Catedral, a setenta y dos kilómetros por hora, una nube de humo perfumado envolvió a los presentes. Ocurrió, entonces, la surrealista transformación: los serios rostros de gestos ceremoniosos de los presentes, incluidas autoridades maximísimas, fueron volviéndose relajados, en un principio, seguidamente risueños, hasta que, finalmente, las carcajadas resonaron por toda la plaza del Obradoiro, mientras peregrinos y autoridades, excelentísimas, rodaban por los suelos, tronchados de risa floja.
Entre el humo del «chocolate» incluso me pareció que el Santo sonreía y el Pórtico de la Gloria se doblaba de risa (desde entonces está entablillado con andamios). ¡Qué desconcierto, qué desconcierto! Hice desaparecer a Fabio por una grieta espaciotemporal. Los cuerpos de inteligencias mundo-globales no llegaron a descubrir el origen del milagro que hizo reír al Apóstol Santiago.
Catalina Ortega Díaz