Esta mañana, como no sabía de qué escribir –me lo van a perdonar–, he puesto música de piano-bar para propiciar la inspiración y, de ese modo, atenuar mis derivas emocionales. Nada. No había manera.
Como segunda opción, he bajado al sótano, en el que duermen mis recuerdos, y he rebuscado entre mis cientos de viejos collages alguno que me transmitiera una clave misteriosa con la que poder tirar del hilo y contarles algo ciertamente coherente. He seleccionado uno. No me pregunten por qué, pero siempre cojo uno que parece que estuviera esperándome desde hace tiempo. Lo he subido y lo he colocado junto al iPad en el que suena la música de bragueta. De coro improvisado cantan las cigarras avisando de que, hoy, el calor nos golpeará como un boxeador acorralado y agónico.
Así, con este escenario tan musical y tan plástico, me he frotado las sienes con las dos manos en busca del punto G de mi creatividad. Y nada de nada.
Tal vez la culpa la tenga este collage. La elección me ha resultado, a todas luces, contraproducente. Ha sido mucho peor el remedio que la enfermedad.
Esa figura andrógina que sufre en la oscuridad, en estado de espera permanente, y castigada contra la pared de la indiferencia, me ha recordado lo que en realidad somos: entes solitarios en ansioso estado de espera.
¿Y qué esperamos? ¡Equilicuá!: quimeras, utopías, fantasías, Mundos de Yupi, rescates bancarios, orgasmos interminables, la sopa boba, el regreso del Mesías… Para gustos, colores. La cuestión es esperar. Lo que nos mola es la espera. Somos Penélopes, de una estación cualquiera, esperando nuestro tren.
Yo espero una hija. Espero un avión. Espero los resultados de las pruebas de mi hígado hipertrofiado como un fuagrás. Espero a la vida venidera asomado desde el balcón de mi conciencia. Todos esperamos soluciones mágicas a problemas con difícil solución. Nudos corredizos que, a cada movimiento erróneo, acentúan más nuestra asfixia y nuestra zozobra. Alivio de luto. Agua de mayo. Abracadabra. ¡Milagros! Eso es lo que esperamos y de ahí nuestra ansiedad.
Mi «Figura desfigurada sobre fondo negro» ha sido un bálsamo corrosivo. Suele pasar cuando uno no acierta en las decisiones.
Y, entonces, ni la música del piano-bar te sirve absolutamente para nada.
José Fernández Belmonte
Será porque la espera sin acción es solo una figura desfigurada sobre fondo negro…
Muévase, don José, y ya verá como todo cambia.
Un gran abrazo.
No tan negro el fondo señor Belmonte … Esa mente suya cose y descose que es una barbaridad.
Incluso en la espera se «es» aunque uno no se lo figure..
Un abrazo .
«Quien espera desespera», dice el refrán. Pero con tu creatividad —perdona las confianzas—, seguro que compones un tapiz maravilloso.
Saludos cariñosos.