La Alegría
Veíamos la luz y no era el sol. Tal vez un cuadro de Matisse. O quizá era la Alegría que nos lamía la piel a través de su dúctil contagio. La primavera se había acercado como la risa de una princesa en puntillas y ya empezaba a resonar el trino matutino de nuestra golondrina Lorenza, mientras curioseábamos avizores, alargando nuestros cuellos, para escudriñar cómo preparaba su nido en la parte más prominente de la torre, antes de arremeter en contra del ave migratoria con los pedruscos que, muy a nuestro pesar, nunca alcanzaban la altura que hubiéramos creído necesaria. Éramos todavía niños de pueblo y todo para nosotros resultaba materia de deslumbramiento. Ayyy !!. Qué alta percusión nos desvelaban todos esos pequeños intentos de ir descubriendo la vida, tan inerme y a la vez tan gigante. Nuestros pies pisaban aquella tierra en la que urdíamos mil travesuras sin llegar a entender que aquélla era tierra de salud, de inocencia y de entusiasmo. Vivíamos sin nombre ni recuerdo aún. Sin arrepentimientos ni maldad. La dicha fermentaba como aguamiel, agitándose como burbujas por el hervor que produce el fuego. La vida se abría paso sin dejar resquicio al olvido. Sin ser plenamente conscientes de ello, éramos niños sin saberlo.
USUE MENDAZA
Precioso microtexto Usue, en alguna parte de nosotros sigue viva es alegría infantil que nos empuja a hacer travesuras.
Abrazos
Luisa