La Grandeza
La palabra “grandeza” le sugería en sus escasos ratos de reflexión un campo muy fértil y abierto aunque dificilísimo de abarcar, una especie de inmenso pero tempestuoso océano de buenas obras que le señalarían el camino correcto a seguir a partir de aquel día subrayado en el calendario. Sentía que ya había defraudado a demasiadas personas y amigos con sus artimañas propias de un banquero reputado situado en la cresta de la ola. Pero las olas, como el éxito o la suerte, no duran eternamente. Y siempre son, en longitud y en fuerza, distintas las unas de las otras.
Tomaría como modelos a imitar a personas indiscutiblemente importantes en su vida. A su idolatrada madre, (su reconciliación era ya un tema tabú), que había representado para él un ejemplo de mujer honesta, sincera, agradecida, muy valiente pero sobre todas las cosas, con un corazón que se le salía por los costados.
En cuanto a sus hijos, ya había aceptado el hecho de que todos vivían desperdigados y que el acercamiento, y más en esas fiestas navideñas, sería una tarea titánica, una especie de David contra Goliat; digamos que siempre albergaba la esperanza de una llamada telefónica aunque sólo fuera por compromiso.
Comprometido como estaba con su noble causa, se preguntaba: ¿Qué es ser una gran persona?. ¿Qué hace que una persona merezca ser nombrada como tal?. Quizá negando la pregunta, encontraría una respuesta, aunque velada, por lo que también se preguntaba : “¿Qué es lo que nunca haría una gran persona?”. Sin dificultad y de manera machacona le venía entonces la respuesta, y no precisamente la más balsámica para su ya atribulada mente: ” Jamás una gran persona haría daño a otra.”
USUE MENDAZA