Melancolía
Me imaginé descolgando el teléfono, llamándole. No tenía nada especial que contarle, quizá, solo, que llevaba días pensando en hacerlo pero que los días, las semanas, habían ido pasando y que aunque el runrúun estaba ahí, lo doméstico, lo laboral y lo sentimental acababan enviándolo a la cola del pelotón de «esas cosas por hacer». Lo nutricio gana casi siempre en los tira y afloja del día a día.
Al salir de la oficina, pasé junto al escaparate de una pastelería; un bollo mullido rebosante de chocolate blanco me hizo volver a pensar en que no debía dejar pasar demasiado tiempo porque el tiempo corroe y juega al despiste con lo esencial.
Y pensé en marcar un numero que ya no recordaba y que por fuerza debería buscar entre las cosas de entonces, para decirle que la vida, tan desconcertante como maravillosa siempre, era pelín menos interesante desde que se había instalado en su particular Groenlandia.
Pero al caer de la tarde, empezó a hacer frío y tocaba correr, recoger las mil cosas pendientes, de manera que, otra vez allí, en la infinita tierra helada, seguiría pendiente mi llamada.
Anita Noire