Desde que somos un poco más pobres hemos vuelto a las cosas que dejamos de hacer cuando nos convertimos en una burbuja especulativa y engordamos nuestro ego a base de actividades extravagantes.
Estamos recuperando los paseos por la ciudad, sin prisas; las fiestas de cumpleaños en los parques públicos, en lugar de en los “Happy-park”; las sesiones de cine, palomitas y bizocho en casa; las comidas de cuchara que arrinconamos por los sofisticados sushies; rescatamos modelitos que ahora, un poco pasados de moda, llamamos vintage; paseamos por las bibliotecas como antes lo hacíamos por las más imponentes librerías y, ¿Por qué no decirlo?, hacemos más el amor porque de ”guerra” ya tenemos suficiente cada día.
Puede que al final, con un poco de suerte, toda esta debacle económica que empezó por una relajación moral de espanto, nos devuelva un montón de cosas buenas que aparcamos al volvernos uno cretinos integrales, que llegamos a creernos que lo que poco cuesta nada vale, que somos lo que tenemos y lo que a los ojos de otros se aparenta. Humo.
Quiero creer que todo este “sufrimiento” y medias penurias, del que se ríen nuestros padre y abuelos porque saben que las cosas aún pueden ir a peor (la guerra y la posguerra, eso sí que es un drama de los de verdad), nos coloque, de nuevo, en el sitio que no debimos abandonar jamás, que volvamos a sentir la tierra en las plantas de nuestros pies y volvamos a lo que de verdad nos es propio.
Y quiero creer, también, que no nos hemos idiotizado del todo, que seremos capaces de salir adelante y que, aunque ya no atemos los perros con longanizas, volveremos a ser y a creernos lo que de verdad somos. Nos lo debemos a nosotros mismos y a los que nos siguen en el camino.
Anita Noire
Blog de la autora
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