Nada nocturna
De niña siempre me acostaba sobre el lado izquierdo y los latidos de mi corazón me parecían las llamadas de una bruja quien al cobijo de la noche pedía entrar en mi cuerpo. Golpeaba con nudillos huesudos hasta que yo empezaba a sudar de miedo. Tanto que cambiaba de postura pero al no escuchar sus llamadas no podía situarla y al rato sentía sus labios secos rozar la piel de mi cara. Pedía socorro y mi madre venía y me consolaba, encendía la luz del pasillo y dejaba la puerta entreabierta para que me calmara.
Entonces los abrigos que colgaban en el recibidor proyectaban sombras curiosas sobre la pared junto a mi cama. Cada vez que el viento se colaba por la ventana del patio, giraban en sus perchas y levantaban brazos sin manos. Yo mordía mi manta por no volver a despertar a mi madre pero las sombras se acercaban amenazadoras. Ya me rozaba la pana de la chaqueta del abuelo José cuando un golpe de aire cerró la puerta y la oscuridad de mi cuarto se lo tragó todo.
De nuevo escuchaba a la bruja llamar a mi corazón hasta que el agotamiento podía conmigo. Sesenta años después, no ha cambiado casi nada. Duermo con una lámpara encendida y celebro cada amanesombras, er como victoria de la luz sobre los espíritus de la noche.
No, no soy nada nocturna…
Dorotea Fulde BenkeBlog de la autora