Nitrógeno líquido. Por José Fernández Belmonte

Nitrógeno líquido

El GPS me ha hecho dar varias vueltas mientras su voz destartalada de extranjera cazallera me insistía en que había llegado a mi destino. He tocado varias veces el timbre del aparcamiento, sin éxito. Pongo las luces de emergencia. Salgo del coche y entro al hotel. No hay nadie en la recepción. Al fondo se escucha la inconfundible voz de un argentino. Una chica llega corriendo. Se disculpa alegando que tiene que estar para todo. Me causa mala sensación el establecimiento. Una rubia despampanante, compañera del argentino, le dice a la chica que llevan un buen rato esperando a que alguien les sirva unos cafés. La chica despampanante no tiene acento argentino. Me dan mi habitación: la trescientos doce. Siempre me gustó el doce. Miro el reloj. Es la hora de cenar. Por el cansancio, decido cenar incluso antes de subir a la habitación. Me siento al fondo, próximo a la gente que habla. El argentino dice ser intermediario de un grupo internacional inversor que compra empresas a precio de saldo. La chica despampanante es su secretaria. El tercero en la conversación es el dueño del hotel. Les sirven los ansiados cafés. Me entregan la carta para cenar. La chica, que está para todo, me aconseja de primero: unos guisantes salteados con jamón, y de segundo: un lomo en salsa con patatas fritas. Le acepto la sugerencia dada mi condición de omnívoro. Mientras espero, contesto correos. Sin querer, o tal vez queriendo, escucho toda la conversación. El argentino quiere datos generales de la situación económica del hotel. El dueño del hotel le ofrece también otro de sus hoteles. El mediador oculta los datos del grupo inversor pese a la continua insistencia del hotelero. La secretaria insiste en que, en esta primera fase de acercamiento, el grupo inversor exige permanecer en el anonimato. El dueño del hotel parece desconfiado. El argentino exhibe, una y otra vez, sus grandes conocimientos sobre las empresas de la Comunidad Valenciana con las que asegura haber colaborado en numerosas ocasiones. La chica, que está para todo, me sirve los guisantes. La conversación sigue su curso. Pese a la desconfianza del propietario, este accede a enviarle los datos que le requiere la pareja por correo electrónico. Me sirven el segundo plato. Un grupo de extranjeros llega al hotel. El argentino, y su rubia despampanante, se despiden del dueño del hotel, mientras yo me voy despidiendo de mi lomo en salsa con patatas fritas. Subo a la habitación. Conecto la tarjeta magnética. Se enciende la luz. La habitación está mejor de lo que pensaba. Abro mi bolsa de viaje y busco mi camiseta con la que habitualmente duermo. No está. La busco nuevamente pero sigue sin aparecer. Empiezo a darme cuenta de que la noche será larga. No concilio bien el sueño cuando me acuesto, en invierno, sin una camiseta. Conecto la calefacción. Siento calor. Apago la calefacción. Siento frío. Enciendo la calefacción. En la habitación de al lado parece que hay trajín. De nuevo siento calor. Apago la calefacción. Miro el reloj: la una y treinta y nueve de la madrugada. Vuelvo a sentir frío. Pienso en nuestros embriones congelados en la clínica de fertilidad, ellos deben tener bastante más frío que yo sumergidos en nitrógeno líquido. Enciendo la calefacción. Pienso en el mediador argentino. Pienso en su secretaria… Vuelvo a sentir calor. Pienso en el misterioso grupo inversor. Sueño que estoy sumergido en nitrógeno líquido. Me despierto sobresaltado. Me vuelvo a dormir. Me despierto. Conecto el ordenador. Escribo.
Mario me espera en la recepción. Otro día más.

José Fernández Belmonte
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2 comentarios:

  1. Elena Marqués

    Me has resultado algo «murakaniano». Muy buena escena. Será que me veo reflejada en alguna noche de hotel, en la atención distraída a las conversaciones ajenas y la soledad de las habitaciones enmoquetadas.
    Un abrazo cálido.

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