“Algún día volverás, y caminarás por estas mismas calles. El empedrado te hará tropezar de nuevo pero alzarás la vista y los restos de lo que en su día fue un modesto castillo seguirán ahí, lo mismo que el mar, para que te sientas de nuevo en casa. Sólo tienes que procurar volver”.
La gracia de la vida me trajo hasta aquí cuando apenas empezaba a descubrir que las cosas casi siempre dependen de dos, incluso de tres, y que la buena voluntad en ocasiones es una espada de Damocles dispuesta a caerte sobre la testa y partírtela en dos.
Vuelvo con frecuencia para caminar siguiendo la vereda de pinos que baja hasta el mar, sin buscar nada. No intento encontrar lo que no tengo. Caminar ligero de equipaje, un poco de tiempo y una buena vista para contemplar el azul que sólo puede ser de un marino intenso.
El reloj se paró en el tiempo de los recuerdos inmortales.
Puedo oler la resina y dejar que el tiempo pase sin prisa en el café de un pueblo que lo que mejor tiene es su invierno de tramontana y penetrante salitre. Por eso vuelvo cientos de veces, para perder las horas contemplando la pared encalada de la única ermita que se mantiene intacta mientras respiro el mismo aire que un día describió Josep Pla.
La tramontana sigue rugiendo feroz, por eso vuelvo.
Anita Noire
Excelente post amiga, muchas gracias por compartirlo, da gusto visitar este espacio.
Un gran saludo, Oz.