Hace dos días que acabaste la Selectividad y mañana cumples dieciocho. Dejas de ser pequeño a pasos de gigante. Y no diré, no puedo, que ha pasado enseguida, porque no es cierto. Dieciocho años dan para mucho, y no pasan sin sentir. Sobre todo si se sienten, ya no los años, sino los días. Llegaste demasiado pronto: antes de que tuviéramos la casa ideal, el trabajo ideal, el poder adquisitivo ideal. Queríamos que llegaras cuando todo estuviera bajo control y fuera perfecto. Luego te hemos enseñado, qué contrariedad, que eso no existe, tal vez precisamente cuando nosotros mismos lo hemos aprendido. Y alcanzas la mayoría de edad sin que hayamos podido darte tantas cosas… Un año escolar en el extranjero, una Vespa hoy, por tu dieciocho cumpleaños. Por poner dos ejemplos. A cambio te hemos dado lo que sabemos: cariño y respeto. Y un lugar acogedor que, tú bien lo sabes, sobrepasa los límites de esta casa nuestra: es un lugar enorme donde siempre estaremos, aunque ya no estemos.
No nos has salido mal del todo, a pesar de ser padres accidentales y novatos. Has sacado mis labios y más de mi carácter de lo que yo hubiera querido… De tu padre, ese buen oído para la música que a mí me falta, y tu condición de hombre tranquilo, que yo tampoco tengo. Tienes capacidad para amar y, sobre todo, para compadecer: ese rasgo que de verdad nos diferencia de los animales. Tienes las cosas claras, ese pelín de intransigencia que acompaña a la juventud, y la sonrisa de mi abuelo. Lamento tanto no haber podido darte todos los domingos que merecías, y esos veranos largos que tu padre y yo sí disfrutamos, de bicis y rodillas desolladas…
Aun así, te gustaron los Beatles en algún momento, y aprendiste, como nosotros, the English of the Queen. Leíste a Harry Potter cuando apenas podías sostener los libros; La naranja mecánica y Un mundo feliz, con doce o trece años. Me leías el cuento de Ratapón mientras yo daba el biberón a tu hermana, que desde entonces te adora sin descuento. A tu padre le pesa que no te guste Verne. A mí, que abandonaras a Jack Kerouac en mitad del camino. Pero creo que ni él ni yo tenemos queja de lo que has aprendido.
Naciste un sábado de junio, hace ya dieciocho años. Los médicos de guardia estaban viendo Cuando ruge la marabunta cuando llegamos. Tienes que verla: te gustará. Cuando te trajeron, la enfermera me dijo que no te sacara de la cuna, que perdías calor. Y estuve toda la tarde sin cogerte. La maldita obediencia de la educación de mi época. Al día siguiente te tuve el día entero en brazos, te lo he contado muchas veces. No sé si fue en aquel momento cuando te puse en el primer lugar de mi existencia, lugar que luego has compartido con tu hermana. Poco importa. Recuerda siempre lo que siempre os digo: no os ha tocado la mejor madre del mundo, pero sí la que más os quiere. Hemos estado solos muchas veces y te he contado lo que Dickens decía: todos estamos solos. Ahora, de momento, estamos contigo, pero poco podemos ya enseñarte: te hemos dado, creo, las herramientas para luchar, para perder, para ganar, y para agradecer. Para buscar una salida cuando todo se ve negro. Para saber reconocer la suerte y a la gente que merece la pena, para no escatimar esfuerzos. Para salir adelante por ti mismo. Y nosotros, querido hijo, hemos aprendido también tanto de ti… Gracias por haber venido a nuestras vidas.
Amelia Pérez de Villar
Una hermosa reflexión a pocos dias de «averiguar» (mañana saldrán las notas de Selectividad) a qué se dedicarán estos hijos que seguimos viendo como bebés, en ese día mágico que por primera vez los abrazamos, los ojillos arrugados vueltos hacia una voz que ya reconocían como la de su madre. En ese camino hemos intentado educarlos, conducirlos, acompañarlos, escucharlos y, por encima de todo, quererlos. Y en eso seguiremos siempre, aunque ahora les toque alejarse un poco, quizás estudiar lejos de casa. No sé. Un momento emocionante. Tanto como los que tú has contado de ese pasado que sigue siendo nuestro añorado presente.
Muchos besos, Amelia. Bueno, y para ese hijo que ya es mayor de edad y al que, con esos mimbres, auguro un venturoso porvenir.