¿Cómo vas a dudar de que te quiero? Es como si no supieras que este pañuelo que arrollo en mi mano, con la veneración con que se abriga un pescadito rojo que aún tirita en su nostalgia de río perdido, no se fuera a caer si lo suelto. Y entonces ni te cuento el desbande, la pavura de la gente corriendo como loca: un pescadito que no se cae, un pescadito que flota en el aire y encima, como si todo eso fuera poco, yo que no te quiero nada, o poco y nada que es casi lo mismo.
No, no podés dudar de que te quiero. Mirá si vas a dudar en que el jazmín hoy blanco pasado mañana es jazmín amarillo; o de la brújula empecinada con su triste norte, o de la tía Luisa y sus visitas de los martes con su incomible tarta de cerezas y su «la hice recién y se las traje».
Hay cosas que se saben, mujer, no se preguntan, ni se intuyen ni se adivinan, se saben desde siempre sin haberlas oído, sin ojear el libro húmedo ni la insalvable Wikipedia, sin whatsappear al Cholo que siempre te confirma esas cosas de las que todos desconfían.
Sabelo, pero sabelo siempre: te quiero sin ninguna duda, como se quiere lo que nunca se ha tenido.
Marcelo Galliano
Qué vivo ese diálogo (¿imaginario?), parece que nos toca. Precioso texto, me ha encantado.
Así efectivamente se agarra un pececito, así efectivamente se quiere, y así efectivamente se sabe.
Qué hermoso, Señor Galiano.
Un abrazo.
Muy hermoso, rotundo final; es difícil hablar de amor sin caer en la ñoñería; enhorabuena.