Traca de virtudes. Por Dorotea Fulde Benke

Traca de virtudes

Traca de virtudes

Nací en el Reino de Baviera… bueno, unas pocas décadas después de que se convirtiera en otro ‘land’ federal alemán aburrido y burocrático, ya sin pretensiones de gloria romántica como la que quedó plasmada para siempre en el castillo de Neuschwanstein que inspiró hasta a Walt Disney.

Aparte del romántico Luis II, ahogado misteriosamente en el lago de Starnberg, mi imaginación juvenil se nutría de historias y fábulas y los reyes para mí representaban eso, una traca de virtudes: la astucia de Ulises, la honestidad de Arturo y la magia de su compañero fiel Merlín; el rey de Tolkien, Argón, que sin pensárselo dos veces se hubiese sacrificado por un hobbit. La lista es interminable. Luego llegaron los reyes de las bodas románticas y la renuncia de Eduardo VIII a la corona ¡por amor! Reyes de cuento, de fábula, personajes más o menos grandes pero fascinantes cada uno de ellos. Se les perdonaba sus excesos o les cortaron la cabeza en la guillotina. Apasionados y apasionantes dieron lugar a grandes novelas y películas inmortales.

¿Y ahora? Unos pálidos sucesores coronados por inercia que son hombres de negocios y no dan para más que unas miniseries de televisión de tres o cuatro capítulos porque son incapaces de encender la chispa de admiración en nuestros corazones, al menos en el mío.

 

Dorotea Fulde Benke

Blog de la autora

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *