Este verano pasado estuve más que nunca pendiente de las conversaciones de los extranjeros. Y sin conocer nada de su lenguaje, sus gestos y miradas me fueron ayudando a captar el sentido del mismo.
Son gregarios esos forasteros, de modo que viven, viajan y se comunican en grupo. Cualquier idea lanzada por alguno de ellos, se recoge, repite y multiplica con leves variaciones aportadas por los compañeros. El que inició el tema tampoco espera a que le vuelva a tocar la vez: con voz rauca replica y responde, y los otros -asombrados por su falta de educación- le llaman la atención con gritos e improperios. Él se defiende y contraataca, y cuando el desenlace violento parece inevitable, la bandada se aleja volando sin dejar de graznar, de abrir y cerrar picos y de batir alas…
Un buen día, cuando yo ya había superado el nivel básico de comprensión de sus controversias, me encontraba en un pinar disfrutando con mis acuarelas. Ensimismada y entregada a mis apuntes y al juego de luces y sombras sobre el mosaico de las agujas caídas, apenas me movía y desde luego que no hacía ruido. De pronto el silencio del pinar se vió interrumpido. Una pareja de los loritos verdes de la Costa del Sol había aterrizado en el árbol que tenía justo enfrente.
-Mira, brrrr, mira, lo que hace este bicho humano, -graznó el macho.
-Ba, va, tata, déjala, es una hembra, no hacen daño, -fue la respuesta.
-¿Que no? ¿Cómo lo sabes? Esta tiene algo en la garra y nos está mirando fijamente.
El pajarraco se cambió de rama, ladeó la cabeza y dio paso a su digestión.
-Frrrrr, brrrr, no me fío.
-Vámonos entonces. La bandada no está lejos, -le animó la madre de sus huevos.
-¿Por qué? ¿Por qué? Grrrrr, tú siempre a la defensiva.
Voló hasta el pino que tenía yo detrás y empezó a picotear en una piña seca.
-¿Qué haces, inútil? Trrrr, frrrr, allí no hay nada que comer. ¡Qué torpe eres desde que rompiste la cáscara!
La pájara se dedicó a alisar una plumitas desordenadas.
-Lo verás, tirip, rirp, ya creo que lo verás… es mi territorio, mi pino, y no tiene esa porqué mirarlo como si fuera suyo.
-Haz lo que quieras, pero últimamente graznas y graznas y al final, nada de nada… mucho ruido, pocos piñones, frrr, frrr…
Cuando una piña seca cayó cerca de mi bloc de apuntes, hice un rápido gesto para despejarla y se me volcó el frasco de agua. Me levanté y fui al coche.
-Jejeje, brr, grr -chilló él, encantado y orgulloso del resultado de su ataque- Mira, se va, se va. He echado a la grandota, frrr.
-Ven, que nos llaman para ir al eucalipto padre.
La hembra se fue volando y el macho detrás repitiendo sin parar lo que había hecho y por qué y lo que había pasado…
Llené mi frasco de la botella del maletero y retomé mi ocupación preferida. Agradecí que el silencio había vuelto al pinar aunque en el fondo me hubiera gustado graznarle cuatro verdades al presumido ese, pero no domino su lenguaje.
Los idiomas hay que estudiarlos desde la infancia.
Dorotea Fulde Benke
¡Qué ratos nos haces pasar siempre!
Solo una aclaración: ni estudiándolos desde la infancia a veces somos capaces de entendernos.
Un abrazo.
Me encanta tu blog y me gusta ser participe con mis comentarios