Mis primeros recuerdos. Por Gregorio L. Piñero. Cuentos estivales.

Cuentos estivales (XXXIV)

LOS ANTOLINOS-4

 

Mie primeros recuerdos.

 

      Por las fotografías del álbum familiar, mi primer verano en Los Antolinos debió ser en 1958, con unos nueve meses de vida. De entonces no tengo recuerdo alguno. Pero sí de pocos años después. -Me ha sorprendido mi pupilo, de quien no esperaba que fuese a contarme su historia diaria tan pronto.

      La casa tenía un atrio con murete de obra, que delimitaba el paso por la fachada principal, pues era circundado por un camino de carruajes que conectaba a otras fincas y servía para el transporte de la recolección. Lo presidían dos palmeras altísimas. Por este tiempo, el cultivo no era en invernaderos y eran abundantes los de pimiento de bola verde y rojo, el algodón, tomates de rama y de pera y, sobre todo, los melones. Tanto de agua (sandías) como de año (piel de sapo y de oro). Unos melones exquisitos porque, al ser aquellas tierras algo salinas, por no sé que rara química, eran extremadamente dulces. Unas grandes matas de calabazas, se abrazaban a un costado del camino.

      También había unas higueras, junto a las boqueras de riego, que daban unos frutos fantásticos. En los terrenos de secano, había almendros y, en la vereda de los caminos, garroferos. Algarrobos, cuyo fruto era aprovechado para alimentar a las caballerías principalmente. No era árbol con el que yo estuviese familiarizado con anterioridad. Mas supe que con su fruto, la algarroba, en los tiempos de más escasez, se elaboraba un sucedáneo de chocolate. Su sabor es dulce y recuerda al cacao. Es muy soluble y agradable al paladar. España es el primer productor mundial y tiene muchas facultades medicinales. Te ha de gustar. -Me ha dicho en modo erudito.

      Por las noches, tras de la cena, se reunían en el atrio a la luz de un carburo, y el tío Carlos, el tío Saturnino, el tío-abuelo Emilio y el abuelo Basilio, jugaban sobre un velador al que ponían un tapete para proteger mesa y naipes, al tute por parejas, siendo garbanzos secos su moneda de pago. Los niños nos situábamos alrededor de la mesa, entre jugador y jugador y observábamos atentos aquellas manos y partidas con asombro. ¡Las cuarenta! -cantaba el tío Emilio, con su inolvidable sonrisa bonachona. ¡De mis veinte! -decía el tío Carlos, arrojando una sota a la mesa. Y pasaban un rato divertido e inocente.

      Mientras, las mujeres, sentadas en acomodado corro, charlaban de las circunstancias diarias.

      Y era entonces, cuando nos contaban también cuentos e historias inolvidables.

      En los primeros años de sus estancias, también estaba la abuela María, ya nonagenaria. La “abuela vieja” le llamaba mi pupilo, para distinguirla de su abuela Encarna. En verdad, era su bisabuela. Madre del abuelo Basilio.

      -Y me ha contado que, durante aquellas veladas al fresco, se quedaban dormidos en las piernas de madres, abuelas o -como en el caso de mi pupilo- de su madrina, y eran llevados a la cama abrazados y apoyados sobre un hombro, desmadejados y reventados de estar todo el día jugando y correteando por aquellos parajes, desde bien temprano.

      (Continuará…)

Gregorio L. Piñero.

(Fotografía de familia -con patos y todo- en el atrio de la casa, con la abuelica vieja, bisabuela de mi pupilo, de pie, la primera por la derecha. Años 50 del pasado siglo).

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