Misivas del desvelo. Por Rubén Castillo

 

misivas del desvelo

 

Misivas del desvelo.

 

  Hay que escuchar siempre a los poetas con mucha atención, con los sentidos afilados al máximo, porque cada palabra, cada coma, cada silencio, están en sus líneas planeados para que recubran el mensaje y permitan el acceso solamente a quienes realicen el esfuerzo emocional de vibrar en la misma onda. En Misivas del desvelo, la nueva mostración poética de Anabel Úbeda Bernal, creo que obra ese principio desde la primera página, cuando invoca los nombres de José Cantabella para hablar de una isla, de Izal para hablar de cimientos y de Alfonsina Storni para hablar de un corazón “que ninguno entiende”. Ya tenemos desde ahí insinuados, acuarelados, entrevistos, los senderos por los que debemos caminar para entrar en la poeta.

  Y apenas hemos caminado unos pasos, ya descubrimos una cueva desde la que emerge una voz (“Eres un grito en la inopia / sin un hogar más definitorio / que el del aislamiento”); y comenzamos a preguntarnos, con la autora, cómo somos (quiénes somos) cuando nos miramos en la mirada de los demás (“Se emborronan los pixeles de tu reflejo / cuando te reproduces en extraños”); y nos planteamos dudas sobre la (in)comunicación que establecemos con los demás, y hasta qué punto nos enriquece o lacera ese vínculo (“Tu llanto es un secreto en las espumas, / dos agallas emergen de tu sien, buceas en el silencio / tallas un deseo que no llegará a la otra orilla”). Caminamos por un territorio sensible, inestable y donde se mezclan con pudor (y también con ráfagas de acrimonia) las aristas y las arenas movedizas: el lector que se adentre en este manglar ha de tener cuidado y, sobre todo (muy importante esta advertencia, en mi opinión), ha de estar pendiente de las señales de tráfico. En estas páginas, esa función vi(t)al la cumplen las cursivas. No se avance rápido sobre ellas: deténgase la mirada y reflexiónese sobre lo que intentan, en el fondo, comunicarnos.

  Estás a punto de sumergirte en un prontuario de lágrimas, de desafíos, de daños, de súplicas, de desnudeces, de corazones abiertos; en un vademécum de zozobras y de brazos tendidos. Deja que tus pupilas se mezan con las notas de ese vals triste que Anabel Úbeda te propone. Te asombrará la densidad de colores y de reflejos que el diamante de sus palabras irradia sobre tu propio corazón.

Es hora de empezar.

 

Rubén Castillo

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