Mochilas.
Con el mes de agosto tocó hacer la maleta. Coloqué algunas cosas, siempre excesivas para el poco tiempo que iba a estar fuera de casa. Los «por si acaso», como los «ojalá», siempre ocupa mucho. Estos días se publican cientos de fotografía que nos muestran la marcha precipitada de los ciudadanos afganos en aviones que los trasladarán a territorio seguro. Apenas llevan una bolsa de mano, una maleta escueta. Les va toca empezar de cero, empezar desde la nada, sabiendo que una vez salvada la vida hay que continuar viviendo en un mundo que no es el suyo y al que van por necesidad. La globalización solo existe para los negocios y para hacer turismo, pero a la hora de reconstruirse la globalidad es sólo un chiste. Lejos de casa todo es difícil, incluso cuando uno consigue salvar el pellejo. Lo desconocido, lo diferente, siempre es hostil y la desconfianza bidireccional. Pero Europa tiene una memoria de corto recorrido y en tres días nadie recordará nada. Seguiremos a lo nuestro, haciendo demagogia de cuanto podamos y esperando que nos toque la lotería. En el occidente de la opulencia y de la memoria diminuta somo capaces de grades aspavientos que duran un segundo y que apenas sirven para nada. La vida no se soluciona agolpe de tweet. Afganistán es un infierno, pero vivir en Europa o en EEUU, una vez se apaguen las luces de la tramoya, tampoco va a ser una fiesta para los que ahora llegan. Les va a requerir un esfuerzo titánico, nadar contracorriente, comprender un modo de vida diferente e integrarse para poder convivir sin caer en la tentación del gueto. Les tocará vaciar la mochila. La que llevan fuera y la que llevan dentro, mucho más grande y pesada. Ante la inmensa tragedia que supone la toma de poder de los talibanes en Afganistán y al éxodo de su población, debemos insistir en la necesidad de defender sin titubeos el ejercicio y la defensa de la libertad, la igualdad y la seguridad que es lo que, aun hoy, nos diferencia del régimen del terror.
Anita Noire