Mujeres romanas y Pamplona
Recién regresada de Pamplona, la Pompaelo romana, desde que Pompeyo la fundara en el siglo I a. C., donde he acudido invitada por el profesor Javier Andreu Pintado, catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Navarra, y con las vivencias aún frescas de esta experiencia en una ciudad que hasta ahora desconocía, me hago el propósito de volver para profundizar en su visita, que en esta primera ocasión ha sido fugaz y me ha dejado una excelente impresión, tanto por la propia ciudad como por la oportunidad de volver a ver amigos que viven aquí, poetas como Isabel Blanco, Iosu Moracho, Teresa Ramos o Marina Aoiz, que me arroparon con su presencia, así como Pilar García Ruiz, hoy profesora en la esta Universidad y en su día compañera de estudios en la licenciatura de Filología Clásica en la Universidad de Murcia.
El motivo de mi viaje ha sido el de impartir una ponencia sobre dos prototipos de matrona romana completamente antagónicos: el representado por Lucrecia a través fundamentalmente del libro I de Ab urbe condita de Tito Livio y del libro II de los Fastos ovidianos, y el que ejemplifica Clodia, a la que Catulo inmortalizó en sus Carmina bajo el nombre de Lesbia.
Tanto Javier como su amable y detallista mujer, Paula Faus, han sido anfitriones de lujo, y el primero además un cicerone extraordinario con el que recorrí el casco antiguo visitando en tiempo récord los lugares más emblemáticos, entre los que no podía faltar la plaza del Castillo, el Café Iruña, con la permanente presencia de Hemingway en la estancia a él dedicada, donde es posible contemplar su estatua acodada a la barra y varias fotografías suyas hechas en el local o la ciudad, el recorrido de los sanfermines hasta la plaza de toros, pasando por la plaza del ayuntamiento o la calle estafeta, la pastelería Beatriz, para comprar los famosos garroticos, la Catedral o la copia de estela romana hallada en 1895 en la calle Navarrería, aunque su ubicación inicial pudo estar en la necrópolis sur de la ciudad romana, cuyo original se guarda en los fondos del museo, que desde 2016 puede verse junto al bastión del Labrit, en la plaza de Santa María la Real, y que recoge los primeros nombres de mujeres de los que se tiene constancia epigráfica de la Pamplona romana: Festa, Rustica, Stratia y Antonia.
De camino a Zaragoza con Javier y Paula he tenido ocasión de conocer también el reciente museo de la ciudad romana de Los Bañales (en Uncastillo, Zaragoza), donde Javier es Director Científico de un Plan de Investigación y responsable de la coordinación, junto con el Ayuntamiento de Eslava y Cederna-Garalur, de la investigación en la ciudad romana de Santa Criz de Eslava (Navarra), que queda pendiente para una próxima visita.
Antes he tenido ocasión de conocer el lugar que Paula y Javier me han revelado como el causante de la vocación de Javier por los estudios de los que continúa profundamente enamorado: el Mausoleo de los Atilios, conocido popularmente como “Altar de los Moros”, mausoleo de época bajoimperial, entre el siglo II y III d. C., situado en el término municipal de la localidad aragonesa de Sádaba, muy próxima a Los Bañales, y que fue declarado monumento histórico-artístico el 4 de junio de 1931. Impresionan los nueve metros de pared en medio del campo en la zona conocida como de las cinco comarcas.
Las inscripciones que se conservan en este monumento lo relacionan directamente con la familia Atilia, oligarcas de la comarca, y revelan que fue levantado por Atilia Festa y dedicado a sí misma (viva fecit), a su padre y a su abuelo.
Estela de las mujeres
Del mausoleo queda en pie uno de los paramentos exteriores, probablemente la fachada principal, que se apoya sobre un basamento realizado en opus caementicium. Cinco arcos de medio punto separados por pilastras decoradas con relieves vegetales contenían en su interior guirnaldas con emblemas funerarios y apotropaicos como la cabeza de la Gorgona Medusa.
Un ejemplo más, junto a la estela anteriormente citada, del protagonismo femenino de época romana vinculado a esta Comunidad Autónoma que me ha recibido con la plácida lluvia que hace reverdecer permanentemente esta tierra y, sobre todo, la apreciadísima calidez humana de colegas y amigos. No puedo omitir a la doctoranda Luka García, que me introdujo en un campus paradisíaco revestido con los maravillosos colores del otoño, o al catedrático de Latín Álvaro Sánchez-Ostiz, que me recomendó una delicia gastronómica que volveré a degustar: la cuajada con sabor a kizkilurrin, en un ambiente convival donde no faltaron reflexiones sobre el futuro de la inteligencia artificial y de los estudios de humanidades.
Charo Guarino