No way out.
Ha llegado a las cuatro de la madrugada como si mañana no existiera. No me importa demasiado, salvo por el hecho de que no haya cerrado bien la puerta y se nos cuele el loco del rellano; o porque se haya dejado los zapatos en mitad del salón y mañana, a oscuras, tropiece mientras camino torpemente mientras voy a por el primer café del día; o que, en un ataque desmedido de gula, se haya comido los macarrones que dejé preparados para llevarme al trabajo. Oigo como se cierra la puerta de su dormitorio. No le ha dado tiempo a vandalizar el frigorífico. Los macarrones, de momento, están a salvo, creo. No añoro nada el salir o sí, pero no soy capaz de encontrarle la gracia a estas horas. Pero yo no soy ella, y por suerte, para ella, ella no soy yo, y aún le queda mucha mecha para quemar, muchos gin-tonics que digerir, mucha vitamina C a la que recurrir. Ronca un poco, ella dirá que respira fuerte y yo más tranquila. Ha caído como un tronco. Esa es una de las gracias que va desapareciendo con los años.
Cierro los ojos e intento conciliar el sueño de nuevo. Quedan unas cuantas horas hasta que suene el despertador. Pero no puede dormir y me entran unas ganas feroces de ir al baño. El hacerse mayor idiotiza la vejiga. Me levanto y el espejo de la esquina me devuelve el reflejo de una mujer añosa con un pijama arrugado como la piel de un mamut. Con esa pinta solo se puede ir al baño, o a la muerte, o para dar rienda suelta a las paranoias que se multiplican por mil a la que una se descuida. Así que salgo de la habitación, doy otra vuelta a la llave de la puerta. Sus zapatillas presiden el salón y de una patada los envío al rincón junto a la cama del perro, y me voy a comprobar si los macarrones siguen en su sitio. Y ahí están, en la nevera, en su túper inmaculado. Respiro y vuelvo sobre mis pasos para meterme en la cama otra vez y empezar a contar ovejas para dormirme más pronto que tarde. Pero no sirve de mucho, con el dormitorio convertido en un establo imaginario, intento no entrar en pánico pensando en el lunes que me espera si no consigo dormirme de nuevo y en la agenda que, desde el viernes, está en modo “en espera” con ganas de acabar conmigo. No hay consuelo, solo macarrones para las 14:00 y una vejiga que aprieta de nuevo.
Anita Noire