Durante los peores días de la crisis económica, mientras daba mis bucólicos paseos por el monte, me asaltaron ideas para una novela sobre una España intervenida por los países acreedores del norte de Europa. Lo lógico habría sido empezar a escribir en inglés, mi lengua materna, en vez de mi idioma adoptivo que nunca he estudiado. Como muchos inmigrantes, llegué aquí con veintitantos años y, aunque me expreso con fluidez, mis conocimientos de los entresijos gramaticales del castellano son bastante difusos. La única ventaja que tuve antes de empezar el proyecto, además de poseer un optimismo temerario, fue la experiencia de más de dos décadas escribiendo libros de textos de inglés y un conocimiento del agotador proceso de escribir, corregir y reescribir ad infinítum.
La primera versión de la novela fue penosa, con poca descripción y un lenguaje pobre, pero me permitió establecer las líneas narrativas y los personajes de la historia. En los siguientes seis borradores de la novela, poco a poco, logré construir un estilo capaz de expresar mis ideas. A lo largo de este tiempo, tuve la suerte de recibir las correcciones y sugerencias de un grupo de amigos y, en especial, de mi mujer. Además de contar con estos improvisados profesores de lengua y una estantería de diccionarios y gramáticas, dos herramientas en Internet fueron de gran utilidad: el diccionario de Word Reference y la función de búsqueda de Google (un inmenso «corpus lingüístico»). Cuando intentas crear una frase sugerente en otro idioma, nunca sabes muy bien si consigues el efecto deseado o si suena raro, y una buena forma de averiguarlo es ponerlo en Google y a ver qué sale. Los resultados te dan pistas no solo sobre la corrección de la frase sino sobre su registro y los contextos en que se utiliza.
Finalmente, la novela fue aceptada para su publicación y empezó la última ronda de correcciones a mano de editores profesionales. Sin embargo, cabe preguntar ¿por qué escribir en un idioma extranjero, especialmente cuando el tuyo es el más extendido en el planeta? Aunque hay muchos autores de segundo idioma, como Chinua Achebe y Salman Rushdie, la mayor parte de estos novelistas «transnacionales» fueron educados en el idioma colonial o crecieron en sociedades bilingües. Menos frecuentes son los escritores «translingües» como Conrad, un hombre que hablaba inglés con un fuerte acento polaco a la vez que escribía obras magníficas. Uno de los pocos escritores angloparlantes expresándose en otro idioma fue Beckett, que compuso Esperando a Godot en francés porque, según él, le permitió escribir «sin estilo».
Salvando las distancias con estos grandes de la literatura, decidí unirme a sus filas como escritor translingüe por varias razones. Quería describir la sociedad española actual con sus referencias culturales, sus diálogos y sus personajes. Para hacer esto en inglés habría sido necesario traducir todo para un lector anglosajón y reinterpretar el contexto desde su perspectiva. No solamente no existen en inglés equivalentes de muchas palabras y modismos españoles: en España no soy un «extranjero», sino un inmigrante que ha pasado la mayor parte de su vida aquí. Además, mi identidad como inmigrante quizás me da una mirada particular sobre la sociedad española, porque estoy dentro de ella y fuera a la vez. Finalmente, me interesó examinar la zona intercultural que existe entre inmigrantes y nativos y, como diversión personal, los tropiezos lingüísticos de los forasteros en castellano.
El proceso de escribir la novela ha sido largo y arduo, pero profundamente enriquecedor y ahora aprecio, aún más, la belleza de la lengua de Cervantes.
Michael Harris es autor de Frau Alcaldesa (Ediciones Evohé)