Acumular riquezas proporciona gran zozobra.
Horacio
En la sociedad del consumo multiplicamos por mil las cosas que estamos dispuestos a comprar, intercambiar, a hacerlas nuestras por el simple placer de tenerlas, aun sabiendo que no las necesitamos, no nos sirven para nada o simplemente no sabremos apreciarlas ni sacarles todo el jugo que pueden ofrecer. Somos capaces de perseguirlas de un modo casi obsesivo hasta que las conseguimos, o cuando la disponibilidad puede ser inmediata podemos dejarnos llevar por el afán acumulativo y sumarlas a nuestro patrimonio en menos que chista una tarjeta de crédito. Todo se compra y todo se vende y no hay mayor frustración que no alcanzar lo que se pretende, aunque se sepa que una vez conseguido, aquel objeto preciado, puede perder todo interés y pasar a formar parte de los trastos que uno va acumulando a lo largo de su vida.
A principios de semana, los periódicos gratuitos abrían portada con la noticia Tiene 65 años, 13 hijos y 7 nietos… y espera cuatrillizos. La información en las páginas interiores seguía con «Se sometió a varios tratamientos de fertilidad para dar un hermanito a su último retoño, que ahora tiene 9 años». Sin palabras.
Vivimos en la sociedad del consumo, de personas también, no nos engañemos. Es absolutamente inquietante la frivolidad con la que nos manejamos con algunas cosas; la anterior noticia no deja de ser una muestra más. La satisfacción del capricho, en este caso, es mucho más cerril por lo insensato del acto, no solo por la mujer que (perdido el juicio, no de otra manera se puede entender que alguien pretenda ser madre a los 65 años para dejarlos huérfanos en menos de 15 años –si la cosa va bien–, por no entrar en muchas otras cuestiones sobre la educación, la salud, el cuidado, etc.) decide someterse a un tratamiento de fertilidad en un momento de su vida en la que el cuerpo y la cabeza ya no acompañan, sino la absoluta necedad e irresponsabilidad de los profesionales (por llamarlos algo) que, por dinero, no por otra cosa, utilizan a la ciencia para satisfacer las extravagancias de quien puede pagarlas. En este caso, más de uno y más de dos olvidan que, de llegar al final la superficial gestación, darán lugar al nacimiento de una, dos o incluso hasta cuatro personas.
El tener hijos ha entrado en el mercado y ya pueden comprase sin ningún rubor y con todo el amparo de una legalidad que no estuvo pensada en ningún caso para satisfacer delirios y mercantilizaciones como la que ahora vemos. Habrá que esperar que estos niños, si llegan a nacer, no acaben llenos de polvo, como un trofeo cualquiera.
Anita Noire
El otro día, en casa, una amiga de mi hija jugaba a una especie de crucigrama en el que debía poner palabras de «cosas que no se compran con dinero». Ella escribió «amor», amistad», «familia»… En ese punto yo lancé una mezcla entre suspiro y bufido y les recordé a esos niños comprados en el caso de parejas que no pueden tenerlos.
Terminas con una frase triste, sobre acumular polvo como los trofeos, pero conozco casos lamentables de gente que se arrepiente de haber adoptado.
La paternidad y la maternidad son duras y no todos tenemos por qué estar preparados para ella; pero parece que es otra de las cosas necesarias para aparentar felicidad. En muchas nos estamos equivocando. Y la vida es más fácil de lo que nos quieren hacer creer.
Un abrazo.