¿Alucinación o cobardía? Por Santiago Trancón

¿Alucinación o cobardía?

 

  De niño presencié una escena angustiosa que hoy ha vuelto a mi memoria. Cruzaba con mi madre las vías de la estación de León y nos paramos porque se acercaba un tren a gran velocidad. En la vía paralela estaban aparcados unos vagones. Una hilera de seminaristas, arremangándose las sotanas, empezó a subir a un vagón para cruzar y saltar al otro lado sin percatarse del tren que se acercaba. Estaba oscureciendo y mi madre, al ver el peligro, se puso a gritar, pero pronto el ruido y el humo del tren lo tapó todo. No sé cómo, una décima de segundo antes de la tragedia, el seminarista que estaba a punto de saltar se quedó petrificado en lo alto del vagón. Mi madre, creyente, lo atribuyó a una intercesión divina. Sin duda, lo fue. Lo que no sabría yo decir es si el milagro se obró para evitar la muerte de aquel muchacho o para que mis ojos de niño no presenciaran esa brutal escena.

  Metáfora o alegoría, hoy siento una conmoción parecida al contemplar cómo nos precipitamos hacia esa vía que puede acabar en catástrofe inevitable. Ciegos, en hilera, mientras oscurece, sin escuchar las voces que gritan anunciando el peligro, nuestros políticos cruzan las vías sin prevención alguna, ignorando que un tren circula cada vez más veloz hacia su destino y sin obstáculo alguno. Es el tren separatista catalán, por acudir al manido símil ferroviario. Se ha puesto al mando un maquinista fanático, pero no loco. Y no es que vaya a acelerar, es que está acelerando: jamás ningún otro había llegado a tanto, a mostrar sin pudor ni atenuante alguno cuál es su ideología, su infame racismo, su odio pestilente, su plan golpista. Se acabó la ambigüedad.Lo que ayer hubiera levantado todas las alarmas, hoy aparece ya como normal.

  Esta es la normalidad rajoyana, por la que ha suspirado el alucinado de la Moncloa. Lo llamo alucinado porque se me han agotado todos los calificativos del diccionario. Quiero pensar que, preso de un trastorno mental, vive en un mundo de puro delirio al que él llama normalidad. La pregunta es si esta alucinación nace de un fondo de insondable cobardía o es fruto de una degeneración neuronal. O de ambas.

  Siento repetirme. Lo que está ocurriendo en Cataluña es algo inconcebible en una democracia. Es la realización de un golpe de Estado anunciado, radiado, televisado, «implementado» (como dicen ellos) paso a paso. Un golpe posmoderno (Daniel Gascón). Los golpes también evolucionan, se adaptan a la nueva realidad. Lo mismo que la guerra. Hoy la guerra se lleva a cabo de muchas formas. También hay una guerra posmoderna. Los perezosos, los obtusos, siguen pensando que no hay guerra, que no hay violencia, porque no hay muertos a la vista, muertos por las aceras o las cunetas. Es la filosofía mostrenca de los Rajoy y las Sorayas. «Esperemos a los hechos». Como si el decir no fuera ya un hacer. Como si el insultar, el amenazar, el proclamar, el utilizar TV3 y los medios públicos, el adoctrinar, el usar toneladas de dinero público para hacer propaganda y crear «estructuras de Estado», no fueran ya «hechos jurídicos y fácticos» incontestables, por citar unos pocos.

  Con esta doctrina saltaría en pedazos todo el sistema jurídico y democrático. No podríamos detener a terroristas hasta que hicieran explotar sus bombas o a violadores hasta que el hecho no ocurriera delante de tres jueces que coincidieran en la valoración del delito. Hemos visto a más de un centenar de parlamentarios disfrutando de medio año de vacaciones espléndidamente pagadas. Esto tampoco es un hecho, al parecer, sino un derecho adquirido. Y extendido a todos los forajidos a los que pagamos para que dinamiten el orden constitucional. Todo esto es normal para esa fatídica mezcla sináptica de alucinación y cobardía.

  Antonio Robles ha escrito: «Estamos ante una guerra no declarada. Quim Torra es un fanático supremacista dispuesto a romper la paz social y lo que haga falta. Sin reparar en costes de ningún tipo. Incluido el enfrentamiento civil. Con Quim Torra no habrá una declaración inofensiva de independencia, sino un órdago sin marcha atrás».Hasta el espectro de Montilla ha dicho que «cada día es peor que el anterior», e Iceta que «esto acabará en batalla campal». Mientras tanto el cabestro sigue sesteando, advirtiendo que no debemos «caer en la ansiedad».

  Sólo nos salvará del golpe brutal contra la realidad la reacción de lo que, pese a todo y a todos, sigue siendo el pueblo español, la conciencia nacional, el sentimiento de pertenencia a una comunidad libre y democrática que no quiere autodestruirse. Para esta tarea se necesita otra derecha, pero también otra izquierda.Habrá que hacerlo posible, porque no hay otra salida.

¿Alucinación o cobardía? Por Santiago Trancón

 

Santiago Trancón

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