Breve historia del mundo. Por Rubén Castillo

 

Uno de los mejores escritores murcianos del siglo XX, Miguel Espinosa, escribió en uno de sus libros (Reflexiones sobre Norteamérica) que la Historia surge cuando un día sucede a otro día; es decir, cuando el hombre se revela como “animal de memoria”. Es una magnífica definición, si lo pensamos bien. Somos, en verdad, animales de memoria. Los únicos animales con memoria. Se podrá alegar que no, que existen otros animales que también la tienen. Un perro, por ejemplo, es capaz de reconocer perfectamente a su amo. Pero no me refiero a esa memoria corta y caduca, sino a otra memoria: a la que nos permite recordar lo que les ocurrió a otros antes de nosotros. Ésa es la auténtica memoria, y sólo la poseemos los seres humanos. Un perro no sabe quién era el amo de su padre; ni tiene idea de dónde nació su abuelo; ni qué vacunas le pusieron a su madre. El perro, más que memoria, tiene recuerdos. Y esos recuerdos mueren con él. Lo que diferencia a la especie humana de los demás seres es que nosotros sabemos quiénes somos o de dónde venimos, desde el punto de vista histórico. Este libro de Gombrich, Breve historia del mundo, que acaba de reaparecer en el sello Booket, tiene como misión ofrecernos una síntesis de un tema que en verdad resulta inabarcable: toda la memoria de toda la humanidad. El proyecto era inmenso, rigurosamente imposible de llevar a cabo; pero hay que reconocer que supo resolverlo con elegancia, con gracia y con sencillez. Avanzó desde los diplodocus hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Ni más ni menos. Y todo eso en poco más de trescientas páginas. Dando un paseo por esta obra descubrimos miles de detalles fascinantes, como cuando explica quién era aquel comerciante alemán llamado Schliemann, que leía con devoción las obras de Homero y que opinaba que las ciudades mencionadas por el poeta en La Ilíada y La Odisea habían existido realmente. El resto del mundo se lo tomó a broma y se burlaron de él. Pero el tenaz Schliemann no se dejó amedrentar por esas burlas. De pequeño había leído La Ilíada con gran entusiasmo y cuando fue adulto empleó una buena parte de su fortuna en comprar la colina de Hissarlik, en Turquía, donde calculaba por sus lecturas de Homero que debían de encontrarse los restos de Troya. Y los encontró. Excavó con su equipo y, en 1870, encontró los restos de la mítica ciudad. Pero eso no fue todo: leyendo al historiador antiguo Pausanias encontró también grandes tesoros en Micenas y en Tirinto… Otro episodio que atrajo mi curiosidad en este libro fue el protagonizado por el emperador chino Ch’in Shi Huant Ti. Y lo hizo por su orden de quemar todos los libros de Historia del país. Este emperador es famoso también por haber iniciado la construcción de la Gran Muralla, de la cual dice Gombrich que mide más de dos mil kilómetros. Sí, efectivamente, mide más de dos mil kilómetros: en concreto, ocho mil ochocientos. La medición final la realizaron en abril de 2009 unos cartógrafos chinos y la noticia salió publicada en todo el mundo. Algunos medios aprovecharon para desmentir una leyenda urbana bastante extendida, que afirmaba que era la única edificación humana visible desde la luna. Bien, todos los astronautas que han sido preguntados por el tema (desde Neil Armstrong en adelante) han dicho que no fueron capaces de apreciar esa muralla sobre la superficie del planeta Tierra. Y la explicación es muy sencilla: aunque mida casi nueve mil kilómetros, su anchura no supera los cuatro metros, así que desde el espacio ni siquiera tendría el grosor de un cabello. Imposible apreciarla… ¿Es necesario seguir? Creo que no: Atila, las Cruzadas, Hernán Cortés, Napoleón… La lista de personajes y sucesos de este libro es enorme. Y será cada uno de sus lectores quien elegirá sus secuencias favoritas. Pero no puede caber duda de una cosa: el libro, en su conjunto, es una auténtica maravilla que conviene tener siempre a mano. Una lectura deliciosa y enriquecedora.

Rubén Castillo

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