Copenhague
Las encrucijadas del destino se empeñan en buscar y rebuscar. Lo hacen con la complicidad de la incertidumbre hasta encontrar esa grieta por donde se cuela toda una vida. O varias. Ese enigma en clave de tormenta en la que se ahogan el sentido de la pureza y el compromiso. Ese enigma donde unos y otros se hallan volcados en la superficie de la amistad. Todo eso representa Copenhague y la trascendencia de la zona de incertidumbre que se alía con la casualidad y el destino de aquellos que están llamados a marcar los designios de la humanidad. Unos elegidos que sufren y se convierten en seres vulnerables cuando abandonan ese púlpito de la certeza donde realizan sus investigaciones. No hay nada más relevante en Copenhague que el fracaso de la amistad, las simas que producen las muertes accidentales y la necesidad de buscar aquello que de verdad calme al alma atormentada, pues almas atormentadas son los científicos (Niels Born, padre de la física cuántica y Premio Nobel en 1922, y Werner Heisenberg, padre del principio de incertidumbre), cuando se enfrentan a sus propios miedos. Miedos escondidos en esas grietas tan difíciles de afrontar y visitar, pues en ellas es donde se encuentra la verdad. Ambos, Niels y Werner se enfrentan a las huellas de un pasado que les llevaron por un mismo camino y, que sin embargo, el transcurso de la historia y la segunda guerra mundial, les servirá solo como un elemento más de reproche y desarraigo. Uno y otro luchan contra sí mismos y sus contradicciones. Y también buscan tanto reencontrase con la amistad del pasado como con las innumerables horas de trabajo que compartieron. Ellos son incisivos y tiernos, trágicos y cómicos a la vez, pues como el resto de los mortales no son capaces de detener el tiempo y volver a un pasado que se rompe tras la tormenta de un día de playa. El único asidero que parecen encontrar en sus respectivos procesos de ahogamiento se lo dispensa la mujer de Niels, Margrethe Bohr, que trata de ser el filo de una balanza que jamás llegará a mantenerse en equilibrio.
Michael Frayn, autor de Copenhague, nos introduce en el teatro denominado de palabra y reflexión, dando pie a que los espectadores sean testigos del problema ético que produjo el uso de la física teórica para el desarrollo del armamento nuclear. En este encuentro entre ambos científicos, que tuvo lugar en la capital danesa en septiembre de 1941 (hace ahora 78 años), somos víctimas de ese viaje hacia la nada. Y lo hacemos desde el principio. En una especie de nube perdida en el cielo a modo de limbo que representa un escenario a media luz, donde su sencillez nos produce un letargo de cercanía respecto de los actores, a cada cual más genuino y magistral. En Copenhague también asistimos al teatro dentro del teatro y a la importancia de la palabra y los recuerdos. Palabras y recuerdos que se vislumbran a través de la repetición de algunas frases a lo largo de las tres escenas distintas de las que se compone la obra y que, sin embargo, no por ello están disociadas, sino que representan una unidad gracias a los recuerdos de los personajes. De ahí la importancia de aquellas frases que se repiten a lo largo de la misma. Frases que nos arrojan luz porque forman parte de escenas de nuestras propias vidas. Escenas que no se borran en el interior de nuestras conciencias. Copenhague es una magnífico ejercicio de vaivén entre el pasado y el presente. Un pasado y un presente que se muestran impasibles con los protagonistas. En este sentido, cabe decir que cada uno de ellos está inconmensurable y en estado de gracia. Ellos son los verdaderos responsables de que el texto sea tan devastador como mágico, pues a través de sus interpretaciones vemos algo de luz sobre la espesa niebla que les acoge. Es muy difícil imaginar esta obra sin Emilio Gutiérrez Caba, Carlos Hipólito y Malena Gutiérrez sobre el escenario, porque ellos son el complemento perfecto del texto de Michael Frayn.
Copenhague es un viaje al pasado y a las consecuencias que ese viaje tendrá en todos nosotros en el futuro. Un futuro cercano para la humanidad. Un futuro que caminó de la mano de un hecho que lo cambió todo, igual que una bicicleta perdida en mitad de la noche y la importancia de un Lucky Strike, quizá, porque ambos representen como nadie la trascendencia de la zona de incertidumbre que nos acompaña a lo largo de nuestras vidas.
Ángel Silvelo Gabriel.