Criminales unidos. Por Ana María Tomás

Ana María Tomás 2011

¿Será verdad que la unión hace la fuerza, hasta en contra de la fuerza de la razón? ¿Será verdad que si están unidos, aunque sean criminales, jamás serán vencidos? ¿Será verdad que la ley del miedo puede ser, incluso, más fuerte que la de la selva?

Es cierto que no tenemos que irnos muy lejos en nuestra historia para darnos cuenta de las barbaridades que se pueden cometer por miedo y de los oscuros recovecos que pueden habitar la mente humana. Es cierto, sí, que muerte y desconcierto pueden campar a su antojo, pero parece que hay lugares en nuestro planeta en donde la negra dama se ceba de forma incomprensible. Dicen que, cuando los dioses quieren vengarse del hombre, primero lo vuelven loco; tenemos ejemplos en donde parece que, además de haber desaparecido la razón, los dioses han abandonado al hombre a su locura.

Podríamos hablar de Jerusalén y de sus enconados y continuos enfrentamientos religiosos; o de la “incursión” rusa en Ucrania; de Nigeria y el espanto llamado Boko Haram, del miedo o de la suerte –mala suerte– que estarán corriendo todas esas niñitas secuestradas y violadas por sus captores; de la difícil manera de mantener un cierto orden en Afganistán; de Méjico y la impotencia de unos padres que saben que los asesinos de sus hijos quedan impunes…; pero, si la locura es un estado, precisamente, el “Estado” Islámico la ha convertido en capital del reino. Un “Estado” en donde no solo cuenta el terror, sino la puesta en escena del terror por el terror y cuyo único objetivo es matar sin piedad a todos aquellos que no sean como ellos: aniquilando todas las minorías étnicas y religiosas más antiguas de Irak; degollando a soldados, a periodistas, a cooperantes…; esclavizando para la causa a mujeres o reclutando a otras “imbéciles” porque sólo disculpándolas desde ese punto de vista se puede “entender” que chicas europeas educadas en la libertad, la democracia y el respeto puedan entregarse voluntariamente a salvajes semejantes. Los yihadistas de semejante Estado nos regalan imágenes de los preparativos al festín de la sangre, se recrean en ir uno a uno tomando los cuchillos con los que cortarán las cabezas del rehén estadounidense Peter Kassig y de dieciocho soldados sirios. Saben cómo puede paralizar el miedo y se emplean a fondo en ello.

El mundo huele a odio, a sangre, y a muerte. Y, como siempre ocurre en todos los lugares, son los mismos los que soportan el dolor: los más débiles, los más pobres, los más menesterosos. Es como si el dolor llamase al dolor, a la tragedia; son mujeres y niños sobre todo, barrios enteros, gente de a pie, atrapados entre la muerte y la miseria.

¿En nombre de qué dios o de qué idea se puede asesinar de una forma tan feroz, tan implacable, tan despiadada? Me pregunto cómo los asesinos pueden soportar el olor a muerte impregnado en su propia piel. Es evidente que están locos, colmados de sinrazón, embutidos en unas estúpidas y opiáceas ideas que los llevan a matar y a inmolarse para ello como única razón de su existencia; pasando ¡eso sí! por la anulación total de la mujer, y la lapidación, no ya por si se le ocurre poner sus ojos en otro cretino que no sea el que tiene a su lado, sino porque otro tipo los haya puesto en ella.

Bendigo el lugar en donde he venido a nacer, y me avergüenzo de ser ciudadana de un mundo en conflicto perpetuo entre sus moradores con dosis diaria de tráfico de seres humanos, violaciones, asesinatos, degollamientos y terror, como si eso fuera lo más normal, anestesiado de tanta violencia sin escandalizarse, o asumiendo como irreparable ese escándalo, borracho de insensibilidad y de morbo.

En tantos puntos de nuestro hermoso planeta el sol no bebe el agua de la tierra, ya es demasiado seca para que pueda hacerlo, pero quizá un día ese sol amanezca rojo, rojo para el mundo entero, ahíto, repleto, empachado, de beber la sangre que todos hemos contribuido a derramar, unos con sus manos, otros con nuestra indiferencia. Tal vez, como dice el poema, cuando vengan por nosotros, sea demasiado tarde para actuar.

 Ana María Tomás

Dama literatura 2009

Blog de la autora

3 comentarios:

  1. La importancia de la escritura más allá de una voluntad artística o de transmisión.
    Encontrar un texto, que invite a reflexiones serias, ya es un lujo, pero si además, en el conjunto de palabras somos capaces de interpretar una auténtica llamada a la conciencia, el lujo pasa a ser fortuna.
    Gracias Ana María por este mensaje lleno de humanidad y conciencia.

  2. Triste panorama el que dibujas, y más triste aún porque es cierto. En el día a día me invento con qué distraerme; eludo, es verdad, esas realidades que tanto daño hacen. Pero hoy me has zarandeado de buena manera.
    Si fuera posible que con textos como estos las conciencias despertaran de la locura…

  3. Una vez más pones el dedo en la llaga. Y me siento culpable, mientras escribo estas letras, de estar aquí sentada, ¿paralizada por el miedo o la comodidad?, en lugar de ser parte activa en la erradicación del mal. Dos cosas me han quedado muy claras de tu exposición: que la indiferencia ante el horror nos hace también culpables, y que quizás cuando nos demos cuenta y queramos actuar sea demasiado tarde.

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