Economía y mercados: dioses y mitos. Por Santiago Tracón

(Foto: Fernando Redondo)

(Foto: Fernando Redondo)

La economía y los mercados son abstracciones cuya principal función es alejarnos de la realidad y los problemas concretos. Abstracciones fonéticas destinadas a crear un vacío semántico que rellenemos con fe, reverencia y resignación. La economía es hoy una gran abstracción que encubre el hecho de que su funcionamiento no es ciego, ni autónomo, ni ajeno a las decisiones de las personas, los gobiernos y los poderes financieros.

Considerar que los mercados, los flujos financieros, la prima de riesgo, el mercado de la deuda, los paraísos fiscales, el fraude, la distribución de la renta, el aumento de las desigualdades sociales, la imposición del tipo de recortes y ajustes, la política de privatizaciones, la venta de recursos y empresas nacionales, la política de impuestos, la desregulación del trabajo, la conservación de la naturaleza o la mejora del medio ambiente; considerar que todo esto funciona por sí mismo, sin posibilidad de que pueda intervenir en ello el poder político democrático, o sea, la decisión de la mayoría social; considerar que la economía es una máquina gigantesca que funciona siguiendo leyes y mecanismos internos sobre los que apenas se puede intervenir, es una maniobra ideológica destinada a impedir que los ciudadanos y los gobiernos ejerzan su poder y su capacidad de decisión. Apelar al fatalismo reverencial y mecanicista de la economía, convertida en un monstruo cuyos caprichos hemos de acatar inexorablemente, no es más que un engaño y una burda imposición que deja sin contenido a la democracia.

Detrás de la abstracción de la economía y los mercados se oculta el poder de las grandes empresas y bancos multinacionales, que toman unas decisiones u otras en función de sus intereses, que afianzan su poder dominando e imponiendo sus normas a los países, empresas y economías más débiles, haciéndolas más dependientes, con menos capacidad de decisión y autonomía. Nuestro país, con esta crisis, se ha vuelto mucho más dependiente y sometido a poderes financieros y económicos multinacionales. Sólo mediante decisiones políticas, basadas en el apoyo democrático de la mayoría, se pueden controlar los abusos y atropellos a los que llevan la codicia, la ambición y la voluntad de dominio de una minoría superpoderosa.

El discurso economicista que oculta la debilidad política o el sometimiento de los políticos a las decisiones de esos poderes económicos y financieros, que han creado una total dependencia mediante los mecanismos de control y aumento de la deuda, lleva a presentar a los ciudadanos las decisiones económicas como las únicas posibles, induciéndolos a una aceptación pasiva de lo inevitable. Es preciso romper ese falso determinismo y afirmar que existen muchas formas de abordar la crisis económica y financiera, siempre que no se renuncie a situarla dentro del contexto global de la economía productiva, el consumo, la creatividad, la investigación y la renovación del sistema productivo, administrativo y de servicios. Los gobiernos pueden regular y controlar el capitalismo meramente especulativo y dar prioridad a la inversión productiva y la investigación tecnológica.

La inversión puramente especulativa e improductiva, de ostentación y despilfarro, ha causado un daño no sólo económico a nuestro país, sino ambiental, destruyendo el patrimonio artístico y natural y con efectos sociales muy negativos, en la medida en que ha orientado los esfuerzos hacia proyectos socialmente inútiles, produciendo desconfianza en nuestra capacidad de desarrollo y mejora de las condiciones de vida.

Seguir confiando en el valor taumatúrgico de las cifras económicas, en la mejora de unas décimas o puntos en las estadísticas macroeconómicas, tan inconsistentes como engañosas, es renunciar a enfrentarnos a la verdadera crisis económica de nuestro país, de la que no hay mejor indicador que la cifra de parados y desempleados, las familias sin recursos, la pobreza infantil o el número de españoles obligados a emigrar.

La economía y los mercados se han convertido en nuevos dioses ante los que sólo cabe la fe, la reverencia, la resignación, y a los que hemos de ofrecer el sacrificio de nuestras vidas. En mitos con capacidad de cegar y anular cualquier pensamiento crítico. La religión cambia de dioses, pero mantiene lo esencial: la creencia en poderes superiores que dirigen nuestras vidas caprichosamente.

Antonio Muñoz Molina, en su excelente libro Todo lo que era sólido, escribió sobre los sacerdotes de esta nueva religión: «No eran expertos en economía sino en brujería. Les hemos creído no porque comprendiéramos lo que nos decían sino porque no lo comprendíamos, y porque la oscuridad de sus augurios y la seriedad sacerdotal con que los enunciaban nos sumían en un especie de aterrada reverencia». O creyentes, o ciudadanos informados y libres: es la hora de elegir.

Santiago Tracón

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