El alma de los peces. Por Rubén Castillo

De vez en cuando aparece en la historia de la literatura un volumen con el que su autor se propone una indagación en la raíz misma del Mal, lo que equivale también a embarcarse en una búsqueda que ronda los territorios cenagosos del alma y sus más íntimas turbulencias. Lo hizo Ernst Jünger en Eumeswil; lo hizo Augusto Roa Bastos en Yo el Supremo; y lo hizo, en un territorio mucho más fácil de asimilar, Patrick Süskind en El perfume. El madrileño Antonio Gómez Rufo, que ya ha visitado algunas veces esta página (y que sin duda lo seguirá haciendo en el futuro), nos propone que conozcamos la historia turbulenta de Bruno Weiss, un misántropo iluminado que nace en la población austríaca de Weisberg a finales del siglo XIX, que se considera “de la estirpe de los conductores del mundo” (p.78), que etiqueta sin rubor a las mujeres como “sirvientas distinguidas de sus maridos” (p.111) y que cree que hay que “forjar un mundo nuevo” (p.66), aunque para lograr su descabellado propósito tenga que pegarle fuego al antiguo o masacrar sin piedad a todos sus habitantes. Es la suya, a no dudarlo, una personalidad aterradora, por los matices fascistoides y sanguinarios que exhibe; pero encuentra en Stefanie, la hija del juez Sendlinger, un eficaz y no menos aterrador complemento.
La historia, turbadora y febril, está relatada con una prosa de exquisita factura, donde es verdad que predomina la concisión (como observa Carmen Martín Gaite en el fajín que envuelve la portada), pero no es menos verdad que fulgen en su seno auténticas perlas líricas. Por ejemplo, cuando se dice en la página 35 que “Bruno Weiss tenía mirada de mar de isla, salvo cuando se irritaba, que miraba plomo”. No es de extrañar por tanto que la novela, que ya ha sido publicada en países como Bulgaria, Holanda o Grecia, haya merecido algunos comentarios elogiosos por parte de los lectores y la crítica especializada.
Sigo insistiendo en lo que ya he escrito otras veces (y me disculpo por mi reiteración): Antonio Gómez Rufo es uno de los autores más brillantes de cuantos escriben actualmente en España. Y El alma de los peces es una demostración más de que en mi juicio no hay exageración alguna. Dense el placer de comprobarlo por sí mismos.

Rubén Castillo

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