El celemín de trigo – Copulando como monos. Por Amelia Pérez de Villar

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“Es preferible deberle a un señorito mil reales que a un gorrino un celemín de trigo.”

 

Vivimos tiempos de prisas y de brevedad. Todo ha de hacerse rápido y en el momento, y su pervivencia en el tiempo es pareja. Y tal vez no se puede ir contra el signo de los tiempos: hay que someterse a él y hacer lo que se pueda lo mejor posible. En otras ocasiones, la falta de tiempo y las imposiciones de premura sirven de excusa perfecta para hacer las cosas mal o a medias. Y a mí me molestan las cosas hechas mal o a medias. Sobre todo cuando hacerlas bien cuesta poco esfuerzo y cero dólares. Como poner, en una reseña, comentario o tuit, quién ha traducido un libro del que hablas o un párrafo que reproduces. O decir en Facebook de qué muro coges un comentario, una noticia o un post, muy especialmente si se trata de un texto original del propietario de dicho muro y aunque dicho propietario no sea Borges ni Steve Jobs ni Buda sino Hortensia Prieto, de Zamora, a la cual ni conoces siquiera. Citar al traductor de un libro es de recibo, demuestra respeto por el trabajo de otros (el mismo que debemos sentir por el nuestro), es síntoma de atención y muestra de elegancia y lo manda el rigor bibliográfico. Por si esto fuera poco, a todos aquellos que lo siguen obviando u olvidando, les diré otra cosa: es incluso una labor social y un modo de crowfunding que no te cuesta un céntimo y del que ningún intermediario se queda un porcentaje. Que se asocie el nombre del traductor al texto del que se habla permite a quien lee la reseña conocer al hombre o la mujer que hay detrás de esa versión nueva que será la única que puedan manejar algunos, no olvidemos eso. Es la tarjeta de presentación del traductor, lo que le ayudará a darse a conocer, mostrar su trabajo a quien puede dárselo. Porque un traductor independiente no puede manifestarse para que la Gran Cabra Amaltea le dé un puesto o un subsidio; a él no le sirve indignarse y reclamar su derecho al trabajo en una sentada popular. ¿O acaso pixelan la cara de Giselle Bundchen cuando anuncia unas bragas? No, porque el hecho de que las lleve puestas Giselle Bundchen hace que el posible comprador las perciba de otra manera. Las bragas, digo. Pues esto es lo mismo. No sacrifiquen el rigor ni la corrección por unos granos de tiempo en el reloj de arena, o por unos cuantos caracteres tipográficos, o acabaremos todos copulando como los monos, en cosa de segundos, al estilo tuitliri.

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 Amelia Pérez de Villar

Blog de la autora

2 comentarios:

  1. Pues una servidora se queda con el celemín de trigo, Amelia, sin dudarlo; quizás porque siento más simpatía por los gorrinos que por los «señoritos» ;), aunque sigo sonriendo cuando algún humorista imita a nuestra patria e inolvidable Gracita Morales…

    Me gustaría que me explicaras qué es (o cómo es) el estilo tuitliri; intuyo que tiene que ver con el mogollón y la inconsciencia, ¿no? Algo así como: ¡todos al trapo! 😀

    Fíjate, Amelia, yo creo que ya estamos copulando como monos, aunque no en el plano físico del «dale que te pego», pero sí en el mental. Como bien dices tú, estamos «amogollonaos» sin remedio y vamos a toda pastilla, en el más amplio sentido de la palabra: se toman muchas pastillas también para sofocar ese exceso de «copulación» mental al que estamos sometidos, como los caballitos de una noria al interruptor que los activa…

    Y es así, leemos libros de autores extranjeros gracias a vuestro bendito trabajo, el de los traductores; de otra manera no nos quedaría más remedio que ser políglotas y no creo que eso sea posible en una sociedad que ya está metida hasta las trancas en este absurdo circuito de carreras.

    Siempre he pensado que si hubiera más respeto y gratitud hacia el otro, más consciencia con todo lo que cae en nuestras manos, muy probablemente no hubieras tenido que escribir este artículo.

    Un saludo.

  2. Elena Marqués

    Parece que cuesta, como dice Amelia, citar el trabajo de otros. No sé si es pereza, por tener que buscar la página exacta de una cita, o porque realmente no le damos importancia a lo que hacen otros. A mucha distancia, yo lo observo en el trabajo muy a menudo, donde parece que todo se reduce a un botoncito y las cosas se hacen automáticamente. Más de uno pensará que ahora, con los traductores que se pueden encontrar en la red, ya no hace falta nada más. Quizás habría que mandarles esas instrucciones tan divertidas de cómo funciona una tostadora, ya sabes, esas que sirven para que nos descojonemos en «El Hormiguero».
    Me he desviado un poco. Lo que quiero decir es que el vuestro, mucho más que otros, debería ser un trabajo con nombre y apellidos. Es casi (y a veces sin el casi) como escribir un libro y precisa un trabajo previo de imbuirse de toda la cultura del momento en el que fue escrito y del resto de la obra del que escribe ese libro concreto más la de toda su generación y un largo etcétera de conocimientos sin los que la traducción quedaría incompleta.
    Un abrazo, señora traductora, y todo mi apoyo a un trabajo precioso y necesario.

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