La controversia se ha mantenido en pie durante siglo y medio y por ahora no lleva camino de extinguirse o aclararse: ¿fue William Shakespeare, realmente, el autor de las obras que se le atribuyen? ¿O, por el contrario, salieron éstas de la pluma de Roger Bacon, Edward de Vere o Christopher Marlowe? Los famosos “años perdidos” del cisne de Avon, su escasa formación académica y la desconcertante ausencia de manuscritos del dramaturgo isabelino constituyen los núcleos sobre los que se ha vertebrado la famosa “duda razonable”, en la que han militado catedráticos, traductores, historiadores e incluso actores de prestigio, como Derek Jacobi. ¿Pudo alguien como el insignificante Will Shakspeare (así firmaba) atesorar conocimientos de leyes, psicología, teología, astronomía y otro buen caudal de materias dispares, sin que tiemblen al pensarlo la lógica o el sentido común?
Charlie Lovett acaba de ver publicada en lengua española su novela El coleccionista de libros, que ha traducido Damià Alou para el sello Plaza & Janés, en la cual se aborda una hipótesis tan sugerente como magnética: ¿qué ocurriría si, de pronto, apareciese una demostración manuscrita de que el misterioso William Shakespeare sí que fue en verdad el autor de sus obras? Peter Byerly, un tímido experto en libros antiguos, se encontrará con ese valioso documento: una edición del Pandosto de Robert Greene, en el que Shakespeare se inspiró para componer su Cuento de invierno. Lo singular es que en los márgenes del documento William fue realizando anotaciones de su puño y letra, con las que ir perfilando los matices de su obra. Anonadado, Byerly siente que su cabeza se convierte en un torbellino cuando calibra las consecuencias de dar a conocer este hallazgo a la comunidad científica. Pero lo que no sospecha es el conjunto de perturbaciones que comenzarán a generarse alrededor del manuscrito: vecinos iracundos, pasadizos subterráneos, tumbas con sorprendentes papeles en su interior, traiciones, asesinatos…
Para construir la arquitectura de esta trepidante novela, Lovett se sirve de varias franjas temporales que va alternando en su narración: una de ellas se centra en los años en que vivió William Shakespeare; la segunda gira en torno a 1870, etapa en la que el acuarelista Gardner se convierte en pieza clave para la historia del documento shakespeareano; la tercera se localiza en los años ochenta del siglo XX, cuando Peter Byerly comenzó a interesarse por el mundo de los libros antiguos y conoció a la mujer de su vida, Amanda; y la cuarta ocurre en 1995, el año en que los acontecimientos finales de la novela tienen lugar…
Con un estilo tan sobrio como eficaz, Lovett consigue edificar una novela equilibrada y firme, de la que resulta difícil desengancharse y en la que los lectores conocerán con cierto lujo de detalles dos historias paralelas y en cierto modo complementarias: de un lado, el modo en que se fragua una historia de amor tan hermosa e intensa como breve (la que une a Peter y Amanda); del otro, la minucia que Lovett pone en describirnos el mundillo que rodeó a Shakespeare durante su vida en Stratford: los desdenes que sufrió por ser hijo de un guantero, la forma en que le prestaron el Pandosto para construir su obra Cuento de invierno, los hábitos etílicos y prostibularios de los autores que lo rodeaban, etc. Léanla. Disfrutarán.
Rubén Castillo