Tercera novela de Parra Sanz, en la que se aprecia su maestría en la utilización del lenguaje
A Jaime Loynaz no le salen las cuentas. Imaginación no le falta. Es un perspicaz observador. Y, además, suple su falta de talento con una voluntad a prueba de bombas. Pero tiene que vérselas con dos terribles enemigos en su vida de escritor: Laura, su esposa -una auténtica mantis que «una vez cumplido el trámite reproductor, devoraba mi cabeza con meticulosa crueldad»-, y un tal Claudio Henares, el poco escrupuloso editor de Jaime. Con este punto de partida, Antonio Parra Sanz lleva a cabo su nueva obra narrativa, repleta de guiños, como no podía ser de otro modo, a la novela policiaca, con la puesta en escena del siempre socorrido ‘flash back’, pero con el deseo firme de integrar en estas mismas páginas otros saberes y diversas técnicas, con la ayuda de un lenguaje claro y preciso porque así lo requiere el guión. Brillan las frases ingeniosas, el humor solanesco, la ironía desbordante. Una obra, además, en la que Parra Sanz ofrece al lector, por el mismo precio, toda una sólida teoría sobre la creación literaria. Lo importante, nos viene a decir, es, como punto de partida, que se posea el gusto por contar historias. Y que no falte la pasión, porque sin pasión jamás se llega a degustar el dulce veneno de la literatura. Y recomienda, asimismo, salir a la calle, puesto que observar a los demás «es una de las experiencias más placenteras que pueden realizarse, siempre que uno tenga el estómago bien curtido, carezca de prejuicios y apunte ciertas maneras en lo que a agudeza visual se refiere». No es, sin embargo, un libro de recetas para talleres de escritura. Ni mucho menos. Con Antonio Parra a los mandos, siempre hay que estar ojo avizor, bien atentos, porque la ironía, el sarcasmo o la parodia pueden asomar en cualquier momento. Y también la crítica. Con todas sus letras. Parra denuncia por escrito a toda esa cohorte parasitaria que transita alrededor de las obras ajenas. A saber: desde catedráticos que «matarían por un rincón en el suplemento cultural de un periódico», hasta antólogos «»que venderían a su madre por la presidencia de un curso de verano»; pasando por docentes universitarios que mandan leer al alumnado sus propias y zarrapastrosas obras, y tertulianos «fáusticos» capaces de vender la pluma y el alma al diablo a cambio de un micrófono. ‘Acabo de matar a mi editor’ es una buena novela. Una excelente obra cuya musculatura radica en la originalidad de su argumento, en su poderosa imaginación y, sobre todo, en esa facilidad y soltura pasmosas con la que su autor se enfrenta al lenguaje, juez único en batallas como la presente.
Jurado permanente del Certamen de Narrativa Breve desde el año 2004.
Fuente: Semanario ABABOL