El «jefecillo» agresivo
Es una especie muy de actualidad; no hay más que darse una vuelta por entornos comerciales para verlos ejercer con una prepotencia fuera del rango permitido por la racionalidad.
Mercadona,«el supermercado de confianza», es un establecimiento de barrio donde generalmente la gente acude a diario y todos se conocen, clientes y trabajadores, desde hace años. Allí acude, por ejemplo, la abuelita con su bastón, recién recuperada de su operación de cadera; o se incorpora de nuevo la cajera más antigua que acaba de tener un hijo y todos hemos seguido el embarazo y sus vicisitudes. Así que es normal que, mientras uno paga en caja o se prepara el pescado para el cliente, se crucen pequeñas conversaciones en las que mutuamente se preguntan cómo van las cosas, si ha sido niño o niña o si la recuperación de esa cadera está siendo más o menos satisfactoria y un «buenos días» personalizado tan de agradecer por otro lado. Es el trato humano normal, diría yo, entre seres que conviven en ese espacio tan frecuentemente.
Bueno, pues, en el de mi barrio, acaban de nombrar a un «jefecillo» agresivo, que considera que es más productivo no intercambiar palabra con los clientes. Estrictamente el «buenos días» y pare usted de contar. Su función consiste ahora en poner el oído a ver si alguien traspasa esos límites y amenaza con consecuencias graves a quienes lo hagan.
La consecuencia inmediata es que todo el mundo está acobardado, ya no se le pregunta a la anciana por su cadera, y, cuando alguien felicita a la cajera por su maternidad, la pobre abre los ojos como platos para hacerte entender que no puede contestarte.
¿No tiene nada mejor que hacer este «jefecillo» que amedrentar al personal con semejante estupidez? ¿De dónde sacan a estos elementos que creen que su puestecito les permite soliviantar así la convivencia entre personas sencillas y amables?
Pero lo peor de todo es que, por desgracia, estos mediocres impresentables saben que así medran, y, a costa de la tranquilidad y el buen hacer de los otros, escalarán puestos.
Y, entre todos, lo consentimos.
Pues yo animo a todo aquel que vea estas formas de comportarse a elevar a los estamentos superiores, de la empresa que sea, una queja formal. Al menos que los jefes, los de verdad, los que realmente tienen mando en plaza, sepan el descontento que generan estos «jefecillos» agresivos y les adviertan de que ese no es el camino de ningún ascenso. Y que los clientes no estamos dispuestos a ese trato impersonal y deshumanizado por imposición de un cantamañanas. Para eso que pongan máquinas.
Aunque no lo crean algunos, estas quejas tienen más valor que la crítica informal entre los vecinos, que es absolutamente improductiva.
Nosotros hoy hemos formalizado nuestra queja a la central de Valencia, al mismo tiempo que hemos elogiado el trato del resto del personal, porque nos parece inadmisible que estos muchachitos crean que esa responsabilidad que se les encomienda les permite abusar impunemente de otras personas sin la más mínima delicadeza.
No será mucho, pero menos es nada.
Os dejo un enlace que habla de la diferencia entre un jefe y un jefecillo.
Feliz primavera.
Brujapiruja
Preocuparnos, primero por las cosas inmediatamente cercanas, eslabón indispensable y a salvo de la indolencia absoluta. Participar de esa mirada sencilla y agradecida hacia quienes aún pueden desempeñar su trabajo manteniendo un saludo amable en medio de estos tiempos tan necesitados de cordialidad ….
Hay como siempre egos estúpidos que necesitan, como has descrito magníficamente, que los pongan en el sitio que se merecen.
Un fortísimo abrazo, Luisa.