Cualquiera que coja en sus manos el libro El laberinto de la rosa, de Titania Hardie, publicado por Suma de Letras en la traducción de Luisa Borovsky, podrá pensar tres cosas diferentes: si se deja influenciar por el color de la portada y las flores que adornan la parte superior del volumen, creerá que tiene entre las manos una novela rosa, como las de Barbara Cartland; si se fija en la parte inferior y observa el laberinto que hay dibujado, pensará que se enfrenta a la típica historia de esoterismo barato (de las que tanto abundan en las dos últimas décadas, no se sabe muy bien por qué); y si lee las dos líneas promocionales que subrayan el nombre de la autora («Un enigma por descifrar, un legado por desenterrar, un corazón por curar»), enarcará las cejas, sospechando que está a punto de tragarse una narración grandilocuente y más bien pastelosa. Pero se equivocará si deja el tomo.
Y se equivocará porque la novela de Titania Hardie es francamente buena. Hay en ella, no puede negarse, recursos de novela efectista: muertes para las que al principio no se encuentra explicación, misterios que se camuflan en laberintos, especulaciones sobre personajes enigmáticos (como la «dama oscura» de los sonetos de Shakespeare, cuya posible identidad se analiza en la página 356)… Pero también hay interesantes y profundas reflexiones sobre la condición humana (es delicioso el personaje de Lucy, la joven a quien han trasplantado un corazón y experimenta la doble zozobra de enamorarse de su médico y de comenzar a sentir cosas extrañas en su organismo y en su mente), citas de Coleridge, aproximaciones documentadas a las actividades alquímicas de John Dee, cábalas sobre el Tetragrama (YHVH, las cuatro letras que esconden o acaso revelan el nombre auténtico de Dios), estupendos diálogos de amor, saltos temporales que nos llevan desde el siglo XVII hasta el siglo XXI, reflexiones sobre mitología o sobre las aportaciones científicas de sir Isaac Newton… Un arsenal de imanes narrativos que, al contrario de lo que ocurre en otras novelas del género, están bien conjuntados, sabiamente armonizados y, sobre todo, muy bien escritos.
Así que cuando nada más abrir el libro nos enteramos de que una madre lega en su testamento a su hijo Will un misterioso documento y una pequeña llave de plata; y cuando descubrimos que Will muere en un súbito accidente; y cuando vemos que su hermano Alex, médico inmunólogo, toma las riendas del asunto (no acaba de creerse el carácter accidental de la muerte de Will)… no nos resistamos al hechizo. Dejémonos llevar por el flujo de la narración y demos la mano a sus protagonistas para que nos conduzcan por un mundo de fantasía, arcanos misteriosos y claves ocultas. Quien lo haga gozará como un auténtico crío. ¿Y qué se espera de una novela de aventuras sino eso?
Rubén Castillo