(Foto: Agustín Galisteo)
Cuando nos ocurre un accidente, de ésos fácilmente evitables, solemos preguntarnos: ¿pero en qué estaría yo pensando? Otras veces reaccionamos: ¡ya lo sabía, ya sabía yo que esto me iba a suceder! Una y otra reacción nos indican que no siempre somos dueños ni conscientes de lo que pensamos. Más aún: gran parte de nuestra actividad cerebral es automática e inconsciente. Freud indagó sobre una pequeña parte de ese inconsciente, la relacionada con los traumas y los impulsos más primarios, pero la actividad inconsciente es mucho más.
Estamos “pensando” constantemente. El cerebro jamás cesa en su actividad. Funciona las 24 horas del día. Esta actividad interna incesante sigue patrones y programas previamente establecidos, muchos de ellos heredados y otros adquiridos. ¿Qué lugar ocupan los estímulos y los datos externos en esta actividad?
Los datos y estímulos sensoriales no cambian ni determinan la actividad interna, sólo la modulan. Esto hace que ni siquiera la percepción sea una actividad consciente. El 90% de la percepción es automática e inconsciente. El cerebro inconsciente dirige la percepción, no al revés. La percepción no es pasiva, sino activa. Es una construcción cerebral inconsciente. Hemos aprendido a percibir lo que percibimos de acuerdo con patrones heredados y adquiridos. Vemos lo que ya hemos visto. Esto nos da seguridad, rapidez y capacidad de anticipación, pero limita mucho nuestra capacidad de percepción, novedad y sorpresa. Todo cambia constantemente, pero no somos capaces de percibir esos cambios.
Para modificar nuestra vida, para sacarla de la rutina cerebral, hay que ser conscientes de nuestra actividad inconsciente. No podemos cambiar radicalmente nuestro cerebro, pero sí potenciar nuestra capacidad de ser conscientes. Intuiciones, corazonadas y presentimientos, por ejemplo, forman parte de nuestra actividad inconsciente, pero a la que podemos prestar atención. Sobre lo único que tenemos un poco de control es, en realidad, sobre nuestra atención.
Es esta atención, nuestra capacidad para atender a ciertas señales e intuiciones (ese conocimiento previo, inconsciente), lo que podemos entrenar para evitar ciertos peligros, amenazas y situaciones, así como para dejarnos llevar por presentimientos o anticipaciones positivas. Podemos aprovecharnos de nuestro inconsciente. El inconsciente es rápido, ahorra recursos; la conciencia es lenta y menos eficiente. La conciencia marca la dirección, el inconsciente nos da la energía que necesitamos para alcanzar los objetivos.
El sentimiento de aislamiento, de ensimismamiento, de incapacidad para ver la realidad, para salir de nuestro mundo inconsciente, se debe a ese exceso de actividad interna descontrolada y automática. Todo lo que sea “parar” esa actividad interna caótica e incesante, darnos cuenta de ella, nos libera de esa “cárcel” perceptiva, esa burbuja interna en la que estamos secuestrados.
Darnos cuenta de lo que pensamos inconscientemente en cada momento es la mejor manera de saber por qué actuamos como actuamos. No podemos controlar la mayor parte de nuestros pensamientos inconscientes, pero sí darnos cuenta de que estamos pensando y actuando inconscientemente. Este simple darnos cuenta libera nuestra energía y atención, paraliza el automatismo y nos abre la puerta a otra percepción del mundo, a ver la realidad con otros ojos. Los del asombro y el misterio.
Santiago Tracón