Encantados vs. apenados. Por Ana María Tomás

Ana Mª Tomás Olivares. Foto ©Joaquin Zamora

En esta movidita «Feria de las vanidades» por donde peregrinamos, ya aclara nuestro sabio refranero que cada uno habla de ella según le ha ido. Y, aunque eso es algo que podemos comprobar casi a diario con aquellos que tenemos más cerca, cuando el «tiovivo» de la feria es más famoso de lo común, sobre todo, si ya se anda más como… «tiomuerto», el axioma citado adquiere dimensiones internacionales.

Sin ir más lejos, mientras las hijas de Isabel Preysler aseguran que tanto su madre como todos ellos están «encantados» con la relación que la matriarca mantiene con el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa –imagino que a ello también habrá ayudado el que su caché, el de las nenas, digo, se haya disparado, gracias al idilio de la madre, de 9.000 a 25.000 euros por asistir ¡asistir! a fiestas–…, los hijos del pichurrín Llosa aseguran sentir «mucha pena» al ver como su señor padre abandona a su madre tras cincuenta años de matrimonio para irse de minero –según cuentan las malas lenguas, Isabelita tiene entre las piernas una mina–.

En casos así siempre recuerdo las palabras de mi buen y querido amigo, q.e.p.d., el prestigioso psiquiatra D. Francisco Carles Egea, que solía decir que la felicidad no es, por regla general, de unos junto a otros, sino de unos contra los otros. Él argumentaba que para que el policía fuera feliz tenía que jorobar los planes de robo del ladrón, o para que un equipo de fútbol ganara, otro tenía que perder. Él era un sabio. Hasta que planteó esa hipótesis no se me había ocurrido mirar la felicidad desde esa óptica. Pero llevaba razón. Y, una vez, las circunstancias lo corroboran. Para que la Preysler sea feliz con su pieza, cada vez más cotizada en el organigrama matrimonial, una familia ha tenido que verse privada de esa figura. Dicen que donde las dan las toman y que nunca es tarde para ajustar cuentas con el destino: la ahora mujer abandonada también en su día hizo lo mismo con Varguitas: arrebatarlo de la que por entonces era su mujer, además de ser ella su propia sobrina. Así que… según se mire… ha venido a probar el mismo jarabe que dio.

Volviendo a nuestros textos, según el diccionario «encantado» significa satisfecho, complacido, feliz, y lo cierto es que me cuesta mucho creer que alguien que no lo fuera con la mujer –a la que acaba de abandonar por otra– le dedicara las palabras más hermosas de su discurso al recibir el Premio Nobel: «Ella hace todo y todo lo hace bien. (…) y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: ‘Mario, para lo único que tú sirves es para escribir’». Si «todo» lo hacía bien es de suponer que se refería a «todo» aquello que pudiera hacerlo feliz: calle, casa, mesa y cama.

Pero «encantado» también significa hechizado, embrujado… Por tanto, más que pensar que se puede ser Nobel y tontodelculo a la vez, como les aseguro que más de uno piensa, prefiero darle el beneplácito de la duda y considerar que la edad no vacuna contra aojamientos de cualquier nefertiporcelanitis de turno.

A mí lo que me llama poderosamente la atención de estas cosas es la facilidad con la que el ser humano sustituye de la noche a la mañana a las personas que, según ellos han manifestado durante años, eran «imprescindibles» para su felicidad. Lo que está claro es que, si la vida de la hasta ahora mujer del escritor ha girado absolutamente como un satélite alrededor de Vargas Llosa, la Preysler tiene suficiente vida propia como para que sea él quien gire alrededor de ella. Aunque, probablemente, eso sea lo que menos le importe al Nobel.

Los hijos de uno y otro matrimonio se han posicionado con sus madres y mientras que unos arropan a la suya de la humillación de pasar de celebrar sus bodas de oro a vivir unos sonados cuernos y la pérdida de su marido; los otros proclaman a los cuatro vientos que su madre es «una mujer ejemplar». Claro, que habría que preguntarles que ejemplar para quién. Con toda seguridad que la cornamentada no pensará lo mismo. Pero… como está claro: cada uno habla de la feria según le ha ido, incluso en esta de las vanidades.

Ana María Tomás

Blog de la autora

Un comentario:

  1. MariajoseMarti

    Señora Tomás, escribe usted muy bien y me gusta mucho leer sus artículos, pero en éste discrepo y mucho, pues denoto una especie de machismo que otras veces he visto en la actitud social y en los medios, al convenir, casi por unanimidad tradicional, que las mujeres son las únicas culpables de las rupturas matrimoniales, que deben tener una mina entre las piernas para embrujar al hombre, y que éste, pobrecito, sólo es un idiota que ha sido hechizado por las malas artes femeninas. Yo no me creo capaz de juzgar los entresijos de las relaciones personales de otras personas, juzgar su vida íntima cuando no se les conoce íntimamente, y odio que en este país no se haga otra cosa. Lo que me gustaría, es que dejaran de exonerar a los hombres y cargar siempre a las mujeres con toda la culpa cuando suceden estas cosas. (Igualdad= Respeto.)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *