Dentro de poco hará cuatro años que eché a los lobos una criatura de la señora Edith Wharton (la expresión es suya) así titulada en castellano y publicada en la editorial Páginas de Espuma. En ella descubrí un tesoro de consejos y pautas para todo aquel que desee iniciarse o profundizar en el arte de la narrativa, pero es un libro que hará disfrutar también al lector ávido y poco común, interesado en ir más allá de los oropeles de la adjetivación profusa y la metáfora fácil.
Recuerdo esto ahora que se cumplen años de la muerte de Montserrat Roig, autora catalana a la que descubrí por casualidad con su novela Tiempo de cerezas, un libro que compré –juzgué– por la cubierta. Tendría yo quince o dieciséis años cuando se publicó y ya había intentado –la ignorancia es osada– escribir un par de novelas con resultados nefastos. Luego compré los demás, hasta La aguja dorada, que tengo dedicado por la autora en la Feria del Libro de Madrid de 1986, y Dime que me quieres aunque sea mentira. Más consejos para escritores en ciernes, horrible expresión: prefiero la inglesa “wannabe writer”. Tiene ese punto de “te puedes pasar toda la vida intentándolo, chatina”.
No, no lo he conseguido. Después de aquellos momentos de arrojo literario sin precedentes intenté estudiar periodismo porque quería escribir, acabé estudiando filología porque podía escribir y si no podía escribir siempre podría traducir, que era algo que me apasionaba. Luego, ya talludita, intenté estudiar Arquitectura de Interiores porque así podría escribir en una revista especializada en interiores. Esto sí lo logré. Y el subidón de adrenalina fue tal que me apunté a varios talleres de relatos y conseguí escribir algunos más o menos decentes y publicar otros tantos y hasta ganar algún concurso. Iba bien, creo yo. Escribí una novela y luego otra. Hace mucho tiempo de eso. Tanto, que se me ha pasado el arroz.
Cuando uno escribe una novela y trata de publicarla hay un plazo de tiempo razonable para conseguirlo. Si no lo consigues, te rindes. Yo no soy de los que se rinden a la primera de cambio, pero en este caso tendría que ser muy estúpida para no hacerlo. Y muy terca. Más terca de lo que puedo llegar a ser en la vida real. Hay veces que pienso que el cambio de registro, de velocidad, de extensión, de la novela al relato, me perjudicó mucho. Soy consciente de cuánto gané, también, no quiero sonar injusta. Pulí mi prosa, aprendí a tirar a la papelera papeles escritos con gran esfuerzo, a poner una coma por la mañana y quitarla por la tarde, a huir de los tópicos y de los lugares comunes… luego te pones a leer y ves que todo está lleno de tópicos y lugares comunes, pero bueno. Esa es otra historia. Mi historia, la que yo quería contar, es que una vez leí a Monserrat Roig y estuve segura de que yo podría escribir como ella. Y por eso me animé a escribir. Creo que no lo hice tan mal. Sus frases rotas, sus ideas sueltas como pinceladas impresionistas, sus metáforas equilibradas, ni obvias ni preciosistas, sus historias sencillas y sus finales abiertos me ayudaron mucho cuando escribía relatos para el taller. Sus enseñanzas, como las de Mario Vargas Llosa, las de Rainer Maria Rilke… también. Cuando traduje a Edith Wharton aún no había perdido del todo la esperanza. Decía lo mismo que los demás, pero con ese tono de maestra cariñosa que intenta hacerte ver lo que estás haciendo mal, reprendiendo sin hacer polvo. Hablaba de no cargar las frases, igual que mi profesor de dibujo de Arquitectura hablaba de no cargar de color los dibujos. No hay que saturar. Equilibrio, sencillez, originalidad, aunque no a cualquier precio… Lo que importa es evitar la impostura y el artificio. Son características que no se encuentran en todo lo que hay por ahí publicado. Son características que yo veía en lo que estaba escribiendo. Lo que yo escribía no se publicaba. En alguna parte fallaba el silogismo.
Ahora lo miro desde esta parte del muro, con el cuerpo cosido a balazos y lleno de rasguños de los alambres de espino, pero viva: miro mis relatos igual que los planos de distribución de un hotel en la costa, con todas aquellas baldosas, sillas, mesas, mostradores minuciosamente dibujados. Igual que los alzados, coloreados sin saturar. No sé cómo fui una vez capaz de hacer todo eso: trazar planos, escribir ficción. Como escritora, soy como esas mujeres a las que una vez practicaron un aborto clandestino y chapucero y no pudieron ser madres después. Algo importante para crear un texto de ficción se ha perdido, se ha deteriorado, ha sido extirpado en mí de manera, siento, irreversible. El plazo ha expirado. Una novela escrita en Word no es una novela, sino un manuscrito. En función del grado de tu ser que contenga, puede incluso ser un diario: algo que nadie lee. Pero no es una novela. Una novela tiene cubierta, código de barras e ISBN. Y lectores. Y sólo quien la publica es escritor. Escritor de ficción.
Amelia Pérez de Villar
Amelia, cuánta razón tienes en todo lo que dices. No s eme ocurre mejor manera de quitarse el velo de delante de los ojos que hacerlo de la forma que tú nos has enseñado. Gracias.
No soy nadie para juzgar, pero para mí que te has apresurado al «rendirte». Con todo lo que escribes, aunque no sea ficción, nos cautivas. Coordinas tus muchas habilidades, arquitectónicas y filológicas, para levantar y matizar cada edificio lingüístico. Por mi parte, siempre estoy deseando leerte en cualquiera de tus facetas y/o modalidades. Que lo sepas.
Muchos besos.
No estoy del todo de acuerdo con tu punto de vista, Amelia. Creo que tu labor es otra, simplemente. El que escribe (no siempre escritor) es solo una parte de todo el conjunto de personas que hacen posible este extremo del arte. Y la tuya es una labor de extraordinaria creatividad. Lo del espejo. ¿No has pensado que, quizás, lo que hayas hecho haya sido pasar al otro lado? Es que no debe ser fácil trabajar a la vez en las dos caras.
Quiero aclarar el sentido de mi primer comentario, sobre todo, después de leer los dos siguientes de Elena y Manual. Para nada era mi intención de apoyar a Amelia a que deje de escribir o intentar publicar aquello que escriba. Yo no soy quien para ello, y desde aquí, después de leído su amplio comentario, le animo a que siga en la brecha, aunque para ello tenga que dejar pasar el tiempo suficiente para recargar el ánimo, el esfuerzo y la angustia que supone levantar una novela. Por lo que la he leído tiene cualidades suficientes para ello, y antes, me refería a lo bien que ha descrito ese proceso que a veces nos lleva a desistir, pero una escritora nata como ella no puede obviar algo que lleva dentro. ¡Ánimo! y gracias por tus consejos, pues nunca los olvidaré.