Tras leer hace unos días, en Facebook, una apelación de mi estimada Dies Irae a un artículo del diario valenciano Las Provincias, titulado «El Ebro vuelve a desbordarse mientras la Comunitad pide ayuda por la sequía», en la que mi amiga nos acusaba a los murcianos y levantinos de demagogos por pedir un agua que no está haciendo más que daños en las vidas y propiedades de muchísimas personas, me ha venido a la cabeza el título de este fabuloso libro de D. José Ortega y Gasset, recopilación de una serie de artículos publicados por él en otro diario, El Sol, que situados en su contexto, 1920-1922, diagnosticaban una enfermedad de nuestra España que desde el desastroso 1898 hasta hoy nos aqueja y nos consume lentamente, de crisis en crisis. Haciendo un leve repaso por la historia del siglo XX se me ocurren, por ejemplo, el turnismo y los movimientos obreros de carácter libertario que asolaban el medio rural español de primeros de siglo, mientras que el sindicalismo socialista lo hacía en nuestras capitales más industrializadas; el nacionalismo vasco y catalán, cimentados, respectivamente, por la doctrina y acción política partidaria de Sabino Arana por un lado y de Prat de la Riva por otro, y secundado después por los movimientos nacionalistas de Rovira y Virgili; la cuestión de Marruecos, como remedio improvisado de nuestra debacle colonial y las algaradas callejeras de la semana trágica barcelonesa; el golpe de estado de Primo de Rivera, tirando al cubo de la basura la Constitución de 1878. En realidad todos estos sucesos nos conducen a un hecho único: la desarticulación durante todo el siglo XX de un proyecto de vida común entre los españoles, a través de la exaltación de los nacionalismos arcaicos, alentados ahora por nuestros políticos y sustentados por las comunidades autónomas, ese maldito invento que debió quedarse para siempre en los anaqueles de la historia y que sólo ha servido para despertar en algunos el separatismo, potenciando los particularismos que disocian a nuestras regiones y que acaba derivando en la ideología política y social que afecta a la unidad de España.
Desgraciadamente, casi cien años después de la publicación de esos artículos, todo sigue igual o quizá peor. He dicho mil veces y lo sigo manteniendo que nuestro peor enemigo somos nosotros mismos. Los españoles no tenemos vocación de Estado ni la tendremos hasta que los emigrantes se mezclen con nosotros y purifiquen de una vez nuestra sangre. Hemos prestado miles de millones de euros a países de nuestro entorno para que salgan de sus crisis económicas cuando aquí estábamos, como poco, igual que ellos. Ahora soplan vientos de guerra por el este (Ucrania) y el norte y centro de Europa empiezan a temer que les faltará el gas, por lo que la Unión Europea, España y los españoles incluidos, sale en su defensa y ya se han empezado a abrir canalizaciones a través de nuestra piel de toro para que Argelia los provea y no les falte a nuestros vecinos de arriba tan preciado suministro, todo ello sin preguntar qué nos va a costar. Ellos no pueden morir de frío, pero nosotros sí podemos hacerlo de sed. Nuestra propia clase política ha estado ocultando dinero al Estado e invirtiéndolo para su beneficio en bancos, no ya fuera de España sino en paraísos fiscales fuera de la Unión Europea, o desviando a sus arcas dinero que tendría que haber ido a socorrer a familias en paro, para financiar sus partidos políticos, mítines y demagogias. Sin embargo, nos preguntamos qué nos costaría hacer una infraestructura nacional que conectara nuestras cuencas, que vertebrara de una vez para siempre el tema del agua y de la sequía en España. El que suscribe no tiene conocimientos ni datos para el cálculo ni se deja amedrentar por la verborrea política que embauca a otros. Esa infraestructura no puede costar más que los Ave, las autopistas, los inútiles aeropuertos diseminados por toda la geografía nacional o las inutilizables desalinizadoras que arrasan los fondos marinos y esquilman nuestro bolsillos, consumiendo una cantidad ingente de energía, para obtener un agua cuasi destilada que luego hay que tratar con nutrientes artificiales que nos cuestan otro pico. De hecho se me ocurre que, con buena voluntad, menos políticos y menos reparto de administraciones y competencias, se podrían haber utilizado esas mismas obras para introducir bajo las vías férreas o calzadas canalizaciones que junto con los trenes y el tráfico rodado comunicaran las cuencas. La finalidad última de todo esto no es que Murcia o Levante se beneficien de esa agua o esquilmen la riqueza ecológica de otras tierras, para nada. Se trata de poder compartir un recurso necesario para la vida y escaso en determinadas regiones, y no sería necesario hacer un macropantano. No. Con hacer muchos pequeñitos cada x kilómetros de vía nos sobraría, y por supuesto nada de sacar agua de ninguna cuenca deficitaria ni de la que pueda ver afectada su riqueza ecológica. Sólo se trata de aprovechar los excedentes que mal gestionados afligen a otros y cuyos catastróficos resultados nos tocará pagar a todos. Cuando el Estado ya no necesite pagar esas millonadas en indemnizaciones podrá aprovechar parte de ese presupuesto en financiar, junto con los dividendos que el buen aprovechamiento de las aguas aportaría a las arcas nacionales, la obra inicial. Pero ahí estamos los españoles, como siempre, saltándonos los ojos entre nosotros para ver tuertos a nuestros congéneres y vecinos, facción nuestra que Goya, que por cierto era aragonés, captó ya en su tiempo y supo reflejar magníficamente en sus cuadros.
Antonio Marchal-Sabater
Sí que es una desgracia esa enemistad perpetua y la actitud cainita de gran parte de los españoles. Una actitud que solo puede conducir a un punto sin retorno. Y ya deberíamos saberlo.
Siempre fundamentas todo lo que escribes. No se trata de opinar o no, sino de saber sobre lo que se opina.
Al final maestro Antonio despues de esta magnífica exposición, a mí me viene a la cabeza una frase biblíca «El que tenga oidos que oiga »
Un abrazo.
Pues yo, querido Antonio, no dejo de estar en desacuerdo. No ya sólo en cuanto al tema que inspiró mi mencionada apelación, sino, sobre todo, con tu conclusión. Lamentaría pecar de ingenua, pero no veo reflejado el país en el que vivo en ése que traes a colación, ni concuerda con los datos que yo tengo de un pueblo, el español, siempre solidario, que se vuelca con las víctimas de cualquier desgracia, de cualquier tipo y en cualquier lugar, aquí y fuera de nuestras fronteras. Basta mirar las estadísticas de las aportaciones en catástrofes; en dinero, en comida, en mantas, en voluntariado. Una población que encabeza las donaciones de sangre y órganos. Una mayoría de gente tan buena y acogedora que siempre ofrece una cama y un plato de comida a quien acaba de quedarse sin nada. Cómo, si no, íbamos a estar sorteando esta crisis, cómo iban a funcionar los comedores, los colegios, las asociaciones, la protección civil, la lucha contra las enfermedades raras, el cuidado de la diversidad ambiental e, incluso, la mayor parte de las actividades culturales.
En lo que sí estoy completamente de acuerdo contigo es en lo mal que elegimos a nuestros «representantes» y en lo flojos que somos para asumir sus mentiras, inclumplimientos y corruptelas. A ver si ahí aprendemos, también, a dar la talla como pueblo.
Un abrazo.
Dicen que las guerras del futuro serán por el agua, que el cambio climático traerá (y trae) grandes sequías, que el agua se convertirá en bien preciado y raro, por lo que se la llama ya el «oro azul».
Deseo que, gracias a artículos como este, aprendamos a vertebrarnos como miembros de un gran país, al que no solo debemos apelar cuando queremos sacar provecho propio, sino también cuando nos toca dar al de al lado algo que, aunque nuestro, debemos saber que es de todos al formar parte de la misma comunidad, país, estado o reino. Cómo queramos llamarlo.
Hermanos, brindemos por un futuro con el agua bien repartida.
Totalmente de acuerdo con tu análisis. Una verdad como un templo.
Hace poco tiempo puse un comentario sobre el plan hidrologico derogado por el infausto Sr. Rodríguez ex presidente del gobierno de España, por ciento un señor que se reune con dictadores y partidos no parlamentarios a espaldas del gobierno legal de la nación y de su propio partido (eso se llama traición).
Purs bien para ese plan habia previsto 4000 millones de euros, de los que 12000 venian de los fondos FEDER, los cuales perdimos por gili…… y las desaladoras han costado 30000 millones, solo para que la Sra. Magdalena Alvarez se bebiera un vaso de agua en Carboneras. Si sabemos sumar y restar y además lo que nos vamos a gastar con las inundaciones del Ebro, creo que hemos hecho el negocio del siglo.
Y al Sr. Rodriguez encima le recompensamos con dos sueldos, de ex y de Consejero de Estado, un estado en el que el no cree.en fin España y yo somos asi que dijo aquel gili……
Muchas gracias a todos por la acogida de mi artículo. Especiamente a los que coinciden conmigo.
Antonio, me temo que tú mismo contestas a la solución que planteas, y te cito: «y por supuesto nada de sacar agua de ninguna cuenca […] que pueda ver afectada su riqueza ecológica». En defender el medio ambiente, se te ha olvidado mencionarlo, es uno de los campos donde los españoles hemos sido siempre más cainitas.
Y para que no se diga que no argumento mi opinión, ahí dejo un pequeño botón de muestra, de los miles que circulan entre la literatura científica:
https://www.ebre.net/webantic/ImpacteSeo.htm