Mi amigo, el poeta Salvador Moreno, tiene la buena costumbre de felicitar las Navidades con un poema a modo de villancico. No, no crean que se trata de un villancico al uso, a veces sus versos son trágicos. Hablan de pateras, de hambre, de rechazo, pobreza, persecuciones, huidas y expectación… como la vida misma o, más concretamente, como la propia Navidad.
Habla, en su villancico de este año, del lenguaje de las cosas que nos rodean y de las múltiples huidas a los infinitos egiptos que nos acogen: “Me dijiste que nada se pierde por hablarle/ a las palmeras,/ que oyen y su prudencia es tanta/ que nada has de temer,/ que están acostumbradas/ a soportar los pérfidos vientos,/ que sus troncos/ pandean sigilosos antes de dar respuestas/ delatoras y tienen la artera habilidad/ de apaciguar las furias abuzando sus palmas. (…) el universo te habla,/ escúchale atento, te hablan todas las cosas/ que alcanzas con tus ojos, te hablan todas las aguas/ que bebes en tus manos, te hablan las nubes grises/ del cielo de tus sueños,/ y te hablan aquellos/ que sabes que estarán a tu lado hasta el fin…/ incluso la palmera que te acogió la noche/ que ibais buscando paz./ Escúchate a ti mismo:/ que en tu mente refugio siempre haya una palmera/ y nunca necesites huir a ningún Egipto./ Este año te lo pido: sé feliz.
Le tomo prestadas sus palabras para apoyarme en las que hoy quiero decirles a ustedes. Hoy, tan vísperas ya de unos días que vienen anunciándose, “consumistamente” hablando, desde antes de la fiesta de “Todos los Santos”, porque, no nos engañemos, es posible que sea verdad que más que “Espíritu de Navidad” sea “Espíritu de almacén”, de consumo, que es estúpido felicitarse, que no brota del corazón ese deseo de felicidad hacia el prójimo, que seguimos insensibles al sufrimiento de los demás y que, aun solidarizándonos, no vale de nada esa solidaridad si es de fracción de tiempo, de sólo unos días (tan sólo son unas monedas que compran el silencio de nuestras conciencias). Es posible que sigamos tan egoístas, tan vacíos, tan envidiosos y tan malas personas como el resto del año. Es posible que la celebración haya pasado, cual meretriz infiel, de los brazos de la iglesia a los del consumismo, que los ricos, envidiosos de lo único que podían tener gratuitamente los pobres (unión, armonía y felicidad en su pobreza) se hayan inventado una Navidad en la que es preciso gastar, consumir, derrochar, engullir, beber sin medida, et caetera, para ser feliz, es decir, apropiarse por medio de la utilización del dinero de aquello que no es posible comprar.
Es posible que, por mucha Navidad que nos diga el calendario, sean muchos a los que sólo les llegue el frío de estos días y de los corazones de aquellos que estén cerca (recuérdense todos los pobres del mundo, las personas explotadas, violadas, prostituidas). Y también es posible que la noche que conmemoramos el nacimiento del Amor y de la Luz sean muchos los indigentes que mueran a oscuras, sin amor y solos.
Es posible que ni estos supuestos familiares días consigan sacar a muchos ancianos de los asilos en donde se encuentran recluidos y que, en lugar de abrazar a sus hijos y nietos, tengan que estrechar entre sus brazos la amargura de unos recuerdos lejanos en donde ellos eran el timón, la alegría, el sustento, el “todo” de su familia, antes de que pasaran a ser la “nada”.
Es posible que ni la Navidad salve a muchas mujeres de morir a manos de los canallas de sus parejas. Sí, es posible que todo siga igual, que no se produzca ningún cambio… Es posible que sigamos buscando palmeras donde refugiarnos de quienes nos persiguen -todos podríamos ponerle nombre a nuestros herodes personales-. Pero… pero también podría ser posible que, en medio de tanto caos, nos detuviéramos y, como dice el poeta, escucháramos al Universo que nos habla… y es tan variopinto su lenguaje. ¿Y qué me dicen de nuestro diálogo interior, de los halagos que nos negamos y de todos los reproches con los que nos castigamos…? S. Moreno, en su villancico, nos desea que siempre haya una palmera como refugio en nuestra mente, que nunca necesitemos huir a ningún Egipto. Y una petición a la que me sumo: “Este año te lo pido: sé feliz”. Pues eso, mis queridos lectores: sean felices, con la felicidad que proporciona creer que aún es posible que se produzca el milagro de la bondad en nuestros corazones y que eso puede traérnoslo la Navidad.
Ana María Tomás
Intentaremos seguir tu deseo de ser felices.
Precisamente el otro día, al escribir un correo a un amigo en el que hablábamos de donaciones a asociaciones, yo estuve a punto de poner, o realmente puse, ya no me acuerdo, que en estas fechas era más que necesario nunca, y luego me di cuenta de que abandonamos el Espíritu de Navidad el mismo día 7 de enero, cuando volvemos a la vorágine diaria con menos dinero aún y pocas ganas de trabajar después de la pausa de las fiestas.
Mi deseo es que esa solidaridad que sentimos (de verdad: eso no lo niego) y repartimos estos días se mantenga todo el año. Seguro que el mundo iba mucho mejor.
Por cierto, hermosísimo el poema de Salvador.
Un abrazo.