JANE EYRE: La inquebrantable pureza del alma.

Jane EyreLa necesidad de libertad a veces se transforma en un delirio que nos deja ciegos ante el amor y sordos ante la desdicha. Huir es la primera opción, pero la huida en sí misma no es la solución, porque algo dentro de nuestras entrañas hace que nuestra cabeza estalle una y otra vez en un grito mudo que nadie más que uno mismo puede oír. Si además ese grito que nos lanza el corazón viene expresado por la inquebrantable pureza del alma, no cabe mayor fuerza en la tierra que sea capaz de doblegar la voluntad del ser humano. Jane Eyre abandona Thornfield House abatida por la mentira y derrotada por el poder oculto de una de las figuras más míticas de la literatura de todos los tiempos, “la loca del ático”, que como un vendaval arrasa su dicha. Esta simbología empleada por primera vez por Charlotte Brontë, se va a desplazar a partir de entonces por innumerables autores, novelas y relatos de la historia de la literatura, lo que poco a poco irá acrecentando su fama de mito. Y así, la cadencia pura y romántica que envuelve a este maravilloso cuento de hadas deviene en realidad oscura, a la que su protagonista sólo es capaz de vencer a través de la virtud. Es en ese instante, cuando la mirada de Mia Wasikowska (Jane Eyre) se funde en una miel pura bajo el color avellana de sus ojos, que su tez blanca y su pelo recogido, sólo aumentan más y más hasta el infinito. Ese juego de colores limpios, se funden magistralmente con la inmensidad del paisaje. Todo es natural en Jane Eyre, sus sentimientos y el entorno que la acogen bajo la tenue luz inglesa.

Quizá una buena parte de los espectadores que van a ver el film, no sean del todo conscientes que se encuentran ante algo más que una película romántica con tintes góticos, que tanto la realización de Cary Fukunaga, como la fotografía de Adriano Goldman elevan hasta límites sublimes y conscientemente bellos y estéticos. “No me da miedo la soledad” confiesa Jane Eyre, y todo el equipo técnico de la cinta se pone al servicio de tal afirmación, donde la música sencilla y directa del piano y el violín se transforman en vehículos cargados de sonidos vírgenes que nos llevan, a través de las imágenes, por un viaje pleno de emociones, donde el amor se comporta como la mayor de las manifestaciones de la libertad y la pureza. Entrega sin límites y pasión contenida en los ojos de Jane y en las palabras de un magnífico Michael Fassbender en el papel del Sr. Rochester, que conjuga como nadie ese contrapunto de la soledad de la mujer en una época en la que estaba destinada al ostracismo. De ahí, que la importancia de este cuento de hadas no sea el envoltorio de la historia de amor en la que se nos presenta, sino que su máximo valor está en la percepción que tiene la protagonista de su propia existencia, de la pérdida y la soledad a las que debe vencer para vivir su propia vida, porque Jane Eyre es el principio de muchas cosas, que a medida que pasa el tiempo, la engrandecen cada día más. Esa soledad ante la vida a la que su autora Charlotte Brontë y sus hermanas se enfrentaron, se refleja de una forma mítica y maravillosa en los páramos que recorren las heroínas de sus novelas allá por el inicio del siglo XIX, donde la necesidad de libertad y de realización de la propia persona, las empuja a ellas y sus personajes una y otra vez contra el muro de la incomprensión y el olvido.

Uno de los grandes aciertos de Cary Fukunaga a la hora de afrontar esta nueva versión de la novela de Charlotte Brontë, es el respeto hacia el texto original, lo que deviene en una extraordinaria manifestación del romanticismo de la época, a veces gótico en el rodaje de los interiores escasamente iluminados y otras naturalista en la vasta e infinita dimensión de la campiña y los páramos ingleses, que como un océano sin dimensiones abarca los límites inabarcables de esta historia de encierro y escape que encuentra en las interpretaciones de Mia Wasikowska y Michael Fassbender dos estupendos aliados, que dan una perfecta réplica, a este drama romántico que a lo largo de la historia se ha comportado como el inicio de una senda plagada de grandes hallazgos.

Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.

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