¿Qué es ser poeta? Incertidumbre y misterio se entremezclan como un rasguño y su herida. La sangre brota del interior y se derrama para ser contemplada, igual que un anhelo que busca convertirse en realidad. Todo parte de un deseo que nos ronda la cabeza y necesita salir de ella. ¿Qué es ser poeta?, me diréis… quizá todo se reduzca al debate poético entre realidad y deseo, vida y muerte, vigilia y sueño. Keats, en el devenir de su proceso poético, adivinó el camino que más tarde le llevaría a la transformación de la vida y el sueño, a lo que él llamó capacidad negativa; un espacio que no ocupa lugar, pero que es el edén al que todo poeta aspira. La transformación de la realidad a través de la búsqueda de la belleza, donde la ironía ya pierde el pie que la imposibilita llegar a su meta, como muy bien nos apunta Alejandro Valero en la magnífica introducción de las odas de John Keats, y de los sonetos más importantes del poeta inglés. Muchos han bebido de estas mágicas palabras de Valero para llegar a lo más hondo de la poesía del autor de Oda al otoño, pues desenredan mejor que nadie la madeja del universo trascendente del poeta, y no solo eso, pues dan luz, mucha luz, a todos aquellos que se acercan a ellas. Palabras y testimonios indispensables para todo aquel que quiera abrazar el espíritu y la última llama del alma de John Keats. Aunque en España nadie ha reparado en él como se merece, el pasado 23 de febrero de 2015, y llevados por la euforia de su figura y su poesía, más de un centenar de personas se dieron cita en el salón de actos del Museo del Romanticismo de Madrid para dar fe de su vida y de su obra, y posteriormente en la librería Tipos Infames, donde los actores de la Sala Tribueñe de Madrid, junto a amigos y familiares de quien suscribe, dieron voz a sus poemas, con un recital poético inolvidable, y en el que de nuevo se hizo presente la excelente labor como traductor y conocedor de la obra de Keats de Alejandro Valero. Esta circunstancia, por sí sola, nos habla de la capacidad de convocatoria y vigencia que, a día de hoy, todavía tiene la poesía de un Keats que un día se erigió en el héroe de su propia derrota, y, con ello, conseguió vencer al ignominioso paso del tiempo desde las cenizas de su tumba, para de ese modo hacerse presente entre nosotros ciento noventa y cuatro años después. Aquel que un día escribió «aquí yace uno cuyo nombre estaba escrito en el agua» por fin ha visto cumplido su deseo de no pasar al anonimato después de su muerte. Ese agua que él imaginó poco antes de morir se ha convertido en piedra; piedra dura y firme, donde permanecen y permanecerán sus poemas, y a los que el mundo podrá asomarse para leerlos siempre que quiera.
Otro de los grandes aciertos de este libro, John Keats, Odas y sonetos, es la facilidad, limpieza expositiva y sencillez con la que Alejandro Valero nos presenta la obra de John Keats, pues lo hace desde la praxis del profesor que enseña a sus alumnos. Una vez realizado una pequeña semblanza del poeta, Valero nos disecciona su obra en dos partes. Primero, los sonetos, de los que nos dice, entre otras muchas cosas, que los usó al principio de su proceso poético, justo hasta que compuso sus famosas odas, y que si los abandonó fue porque se le quedaron pequeños. El mundo poético, tal y como lo concibió Keats, necesitaba de otra composición mucho más cercana a Shakespeare y su incertidumbre y misterio que a las de sus primeros maestros: Spencer, Milton o Burns, como muy bien nos recuerda Valero. La mayoría de los sonetos del poeta son poemas de ocasión y se circunscriben a cuatro apartados: los dedicados a amigos y familiares, los que honran a su poetas maestros, los que profundizan en el proceso poético y los que reflexionan sobra la condición humana. Todos ellos parten de la primera influencia del mundo clásico que la lectura de los autores clásicos le transmitieron, y de esa necesidad de plasmar a través de la naturaleza los deseos más íntimos del poeta. Característica esta del Romanticismo como movimiento literario. Esa expresión del poeta, «¡Ah, por una vida de sensaciones más que de Pensamientos!», describe muy bien esa intensa búsqueda de la belleza, pues todo en Keats está diseñado para ir en busca de la belleza; un concepto puro y trascendente con el que poder cambiar el mundo. Él, sin duda, lo intentó a través de sus poemas, y a fe de lo escrito y vivido por quien suscribe lo ha conseguido. No se nos debe olvidar, como dice Mathew Arnold en el extracto que recoge el libro de Julio Cortázar, Imagen de John Keats: «Está. Está con Shakespeare, tal y como fue su deseo».
Como muestra de todo lo expuesto, este fragmento final de Oda al otoño, la última oda que escribió en septiembre de 1819, y que está considerada como una de las piezas líricas más importantes de la poesía inglesa de todos los tiempos, como también nos apunta Alejandro Valero en John Keats, Odas y sonetos, un viaje a través del proceso poético del poeta inglés, al que podríamos subtitular como el debate poético entre realidad y deseo, vida y muerte, vigilia y sueño.
III
¿En dónde están los cantos de Primavera? ¡Ay! ¿Dónde?
No pienses más en ellos, tú ya tienes tu música,
cuando cirros florecen el día moribundo
y tiñen de violeta los campos de rastrojos;
y en coro plañidero se quejan los mosquitos
en los sauces del río, alzándose o hundiéndose
al ritmo en que la brisa se aviva o se consume;
y balan los corderos con fuerza en las colinas,
canta el grillo en el seto, y con agudo trino
el petirrojo silba desde el rincón del huerto;
y en el cielo reunidas gorjean golondrinas.
(John Keats, fragmento de Oda al otoño)
Ángel Silvelo Gabriel